Y mi hermano Carlos. Con un problema terrible, de los del día, desgraciadamente, y una recuperación increíble y un coste de sufrimiento y secuelas enorme...y un quererse ir, cansado, agotado... y que te hace pensar y pensar...y que todo se te mueve por dentro, y que te lleva a preguntarte que hacemos con nuestra vida, la única que tenemos, la única que vamos a tener y llegas a pensar que todo es un engaño, una tomadura de pelo y llegas a decirte que ya no más “”a ver si””, que ya lo hago sin más, y llegas a pensar, así, de pronto, que vivir es otra cosa, que vivir, de alguna manera es liberarse de convencionalismos, creencias, normas...que es estar con quien se quiera estar, creer en lo que se quiera creer, en encontrar la felicidad en los pequeños detalles...en tener suficientemente claro que lo que no hagas en un momento puede que no lo hagas nunca. Y te das cuenta de que la vida, al menos la mía, es la Luz, los colores, lo que te rodea, el sentirte querido, la amistad, el trabajo... De cuanta “no verdad” se nos ha hecho creer que es la vida. Y te das cuenta que la ilusión, en lo que sea, incluso en la propia vida, es el motor que la mueve.
Hoy he leído la entrevista que le hacen a un psicólogo y escritor, en la que entre otras afirmaciones dice que “la vida es un chollo si no te creas unas necesidades vacuas”. Acaba de publicar el libro “Nada es tan terrible: la filosofía de los más fuertes y felices.”. Al parecer un manual “basado en la autoterapia cognitiva o del pensamiento.” Entre otras cosas defiende, según la psicología cognitiva, “que nuestro mundo emocional depende de nuestros pensamientos, de nuestra manera de ver el mundo, de nuestra filosofía personal”. Participo de ello, pero lo condiciono a la capacidad que pueda desarrollar el ser humano para liberarse, desengancharse, limpiarse de los estímulos, engaños, cantos de sirena, bombardeos de ideas de la propia sociedad de consumo y creencias en la que vive. En la entrevista que le hacen ya responde que no hace falta mucho para vivir felices o al menos, serenamente; la ausencia, la carencia del deseo, el conformismo con lo que se tiene...y eso lo dice, lo propone, lo plantea en una sociedad en la que el hombre se siente bombardeado con las ideas de que la felicidad pasa por tener y tener y cuando no por creencias tradicionales o atajos de iluminados con normas, cumplimientos que prometen son llave para su felicidad. Es natural que el ser humano acabe neurótico, inestable emocionalmente y acabe dando bandazos llenándose de artilugios que quedaron obsoletos a la vuelta de la esquina. Y volver a empezar.
Alguna vez había comentado que nosotros, en general, andamos, vivimos con orejeras, ya se sabe, esos artilugios que se colocan a los caballos para que solo vea el camino, el trayecto, unas orejeras que nos limitan nuestra mirada por el mundo en donde vivimos...o vegetamos. Se mira muy poco al cielo, como se aprecia muy poco los colores de la naturaleza en la que estamos. La anécdota que de vez en cuando cuento de mi madre, que me hizo ver, así, de pronto, todas las tonalidades de verde que nos ofrece la naturaleza.
.- Fijate, -me dijo, indicándome por la ventanilla del tren en el que íbamos a la frontera con Portugal,- fíjate la cantidad tan enorme de verdes que vemos desde aquí, van desde el amarillo hasta el marrón oscuro.”
Se me quedó para siempre. Y hoy sigo fijándome en los colores de la naturaleza. A lo mejor por eso es mi color preferido. Y el cielo. Ya se que las iluminaciones de las ciudades impiden que podamos apreciar el inmenso cielo estrellado de una noche clara. Con mis hijos, en un rincón marinero donde veraneábamos, en la terraza, en el silencio de la noche, jugábamos a asignarle una estrella a cada uno de ellos. Más tarde, ya con mis nietas, lo volví a hacer. Espero que se le haya quedado como a mi los colores por la indicación de mi madre. En dos ocasiones he podido apreciar en plenitud el cielo estrellado, de rutilantes, incontables, maravillosas y fugaces estrellas. Tampoco se olvida ese espectáculo. Si, también eso, para mí, es vida.
Le oí decir a una escritora americana, de la que hice su retrato a grafito en su día, que querría morir con sus recuerdos. Evidentemente se estaba refiriendo a esa terrible enfermedad que acaba despojándonos de nosotros mismos, de nuestro yo, que acaba convirtiéndonos en un vegetal...y yo me digo que quisiera morirme con la luz y todo los colores que ella nos da: los azules, los ocres, los verdes... antes de entrar en la oscuridad, que es para mi la muerte. La ausencia de todo color. Debe ser terrible.
Estoy de acuerdo con el psicólogo: la vida es maravillosa. Me lo repito a menudo y me sigo asombrando de todo lo que ella representa y nos depara.