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miércoles, 17 de octubre de 2012







MI HORA BRUJA Y… MI CUCO

 
He terminado un nuevo dibujo a plumilla, un chelo,  ajado, viejo... con solera; mejor, me queda muy poco para terminarlo y he empezado otro a grafito: unos pies de una bailarina clásica, de ballet... con sus zapatillas, que es lo que realmente representa el dibujo. Y tengo previsto dibujar un acordeón, un acordeón de menos teclas, que me regalo Carlos, mi hijo. El acordeón huele a humedad y traía restos de humedad; al parecer lo compro en uno de esos mercadillos donde se vende de todo. En Lima, Perú. Sabe de mi afición a estos instrumentos por mi pasión por el tango. ¿Quien lo habrá tocado? ¿Que música habrán conseguido sacar de el?. De vez en cuando trato de imaginarme la vida de "mi" acordeón. Es pequeño, no es de concierto, de 27 o 28 teclas de piano, y sus botones de acompañamiento. Por eso pienso que no ha debido tener una vida "alegre", de cafe, de calle, de milonga... que es quizás lo que le hubiera gustado. ¿Porque lo dejarían  en el mercadillo? ... Ahora lo tengo yo, con un proceso amplio de limpieza, de eliminación de restos de humedad, de abandono, y cuando lo muevo pulsando su teclado los sonidos salen como si hubiera sonado siempre, permanentemente, con fuerza, limpios, como con deseos de ser escuchados. Suena bien mi pequeño acordeón. Pero hay un gran problema: no se tocar el acordeón y quizás por ello quiero dibujarlo, y llegar a todos sus rincones con el dibujo. Y quiero hacerlo, no el dibujo, sino tocarlo. Lo cojo, lo acomodo, muevo su fuelle y pulso sus teclas y suena; voy haciéndome a el y, quisiera, que el a mi. Sueño, -¿un nuevo sueño?-  con el día que consiga sacar melodías... de arrabal, que me apasionan.

Ha sonado el Cuco. Como siempre estoy en mi hora bruja, en las horas del silencio, de la serenidad, de estar conmigo sin intermediarios y ha sonado el Cuco. Esta ronco, se ha quedado sin fuelle, de verdad. Y es que esta muy mayor. Lo trajeron de Centro-Europa, de donde son estos relojes. Ha perdido la voz y tendré que llevarlo al otorrino de relojes cuco, pero sigue marcando el paso de las horas, midiendo el tiempo. La verdad que el cuco, al que aprecio, me ha traído una nueva ocupación: darle cuerda, bueno mejor dicho, subir las pesas, que en este cuco, y creo que en muchos, representan unas piñas, de piñones. Bueno también cuido su nivelación y es que es muy sensible; como lo mueva un milímetro dice que no quiere andar. Caprichos de cuco. La verdad es que me gustan mucho los relojes de pared, en especial estos, los de cuco, artesanales, de madera y alambre y con una fachada representando, en general, escenas y motivos de caza. Lo herede, aunque quizás debería decir, lo recupere, porque lo tenían olvidado en la casa se mis padres. Nadie le hacia caso. Allí le conocí siempre y en ningún momento le oí decirme la hora; siempre se había dado por supuesto que estaba estropeado. Un buen dia me lo traje a mi casa. Luego supe que estos relojes solo necesitan que las pesas estén donde deben y que este bien nivelado en la pared. Y cantaba el cuco, mientras movía alegre el pendulillo de madera que le da la energía para mover sus tripas. No creo que haya cosa peor para un reloj-cuco que no tener la oportunidad de decir el tiempo cantando. Esperar a verle salir a su ventanilla, con su pico rojo, al menos el mio lo tiene, a "verle" cantar se convirtió pronto en un espectáculo, sobre todo para mis hijos que se sentaban ilusionados esperando llegase la hora. Entonces tenia muy buena voz. Y paso casi como en la casa de mis padres que nos olvidamos del Cuco. Mis hijos se hicieron mayores, casi todo se convirtió en prisas y obligaciones, el tiempo se convirtió en un bien escaso y un día dejamos de subirle las pesas y se paro y no se volvió a oír su simpático canto: teníamos otras prioridades. El tiempo paso, mis hijos crearon su propia familia y de pronto, un día descubrí a "mi Cuco". Y sentí el deseo y la ilusión de verlo andar y cantar asomado a su ventanilla de nuevo. Subí suavemente las pesas, moví con delicadeza el pendulillo y espere. Poco duro el movimiento del pendulillo. Lo desplace de nuevo y nada. Bueno, ahora si estará estropeado, pensé, y lo deje. Con los días y mientras lo miraba una y otra vez recordé de su caprichosa sensibilidad: estaba desnivelado. Me costo conseguirlo y una vez que conseguí echarlo a andar me senté a oírlo cantar las horas como cuando mis hijos, pero... se había quedado sin voz: estaba ronco. Sigue ronco, porque aun no lo he llevado al otorrino de relojes-cuco, pero, como esta noche, sigue saliendo a su ventanilla y me dice la hora con una voz que no se porque, me suena a arrabalera.

 

 

 




                       Una tarde de cafe
 ... Echo de menos el afecto sincero, echo de menos la escucha compartida, echo de menos jornadas de paseo de animada charla, echo de menos la palabra en un momento
adecuado, echo de menos  momentos de ternura, echo de menos interlocutores validos, echo de menos la grandeza de la amistad, echo de menos los silencios compartidos, echo de menos un abrazo sin raz
ón, echo de menos un entendimiento sin palabras,...

No sabia que decirle, no tenia palabras, ni ideas, ni pensamiento, ni ... y me quede mirándolo...  podía oír sus latidos y los míos. No sabia, no supe que decirle. Era una tarde de cafe, una mas de las que, de cuando en cuando, quedábamos para intercambiar cosas nuestras y hablar de las del mundo, del mundo que compartíamos; una tarde en la que habíamos quedado como veníamos haciéndolo desde hace muchos, muchos años. No había probado el cafe que nos habían servido, ni yo tampoco, claro y no me miraba a mi pero estaba seguro que debía estar diciéndoselo  a alguien. Tenia la impresión, al escucharlo, de que aquellas palabras no eran las únicas que esta tarde tenia, eran las que, por alguna razón, se habían hecho realidad, habían saltado a la vida

.- Se te va a enfriar el cafe.

 Tenia la seguridad de que había muchas mas palabras, pero para mi ya aquellas eran suficientes para entender.

 ... echo de menos la realidad de mis recuerdos, echo de menos el deseo de conocer de tiempos pasados, echo de menos ahora las compañías de entonces, echo de menos el asombro, la curiosidad, el amor al conocimiento, a lo nuevo, a lo ignorado...

 .- Se te enfría el cafe.

Es que no sabia que decir, y aunque era verdad el consejo, -se te enfría el cafe-, era realidad era una excusa que ocultaba mi impotencia por no saber que decir.

 .- Que se te enfría el cafe.

 .- Ya lo se. Me dijo al fin volviendo y tomándolo en pequeños sorbos.

.- ¿Como estáis? Bien, estamos bien. ¿Y tu? ¿Y vosotros?...

 .- Bueno...