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miércoles, 28 de noviembre de 2012







                                                      VOLVER                            
 

Hace unos días leía a Perez-Reverte en una entrevista que le hacia un periódico  dominical, donde también escribe artículos que generalmente leo,  porque, ademas del buen hacer de la escritura siempre cuenta cosas que, al menos a mi, me enganchan, y no solo eso, sino que también me motivan. La entrevista giraba en torno a su nueva novela pero que aprovechaba para hablar, ademas de la trama de ella, de la mujer, de tiempos pasados, de lugares... y sobre esta ultima referencia decía que  " no hay que volver a los sitios donde se ha sido feliz". La estuve pensando.
 
Creo que todos tenemos la tendencia a contar, como se dice ahora, "batallitas" que no son mas que recuerdos de momentos vividos que han quedado en nuestra memoria, en algunos casos porque fuimos felices en ellos, otras porque no lo fuimos y siempre relacionados con un lugar, con un sitio, con una zona, en un pueblo o en una ciudad.. En mi caso tengo tendencia a ello porque, quizás, fueron tiempos que abrieron mi mente al conocimiento, no solo a la vida, que ya te lo da el hecho de ir creciendo, y a la felicidad... a la felicidad que sentías cuando conseguías un lápiz nuevo, o cuando, al atardecer nos reuníamos, en bandos distintos, a la batalla del día, a la felicidad que sentías cuando conseguías confeccionar una espada con una rama, de lo que colgaban los frutos, de una palmera, a la sensación irrepetible cuando conseguías besar la mejilla de una compañera... y corrías a contarlo... y ella también, a la felicidad que sentías cuando una mañana de domingo habías quedado con tu amigo del alma a cazar pájaros con red... o a coger renacuajos junto a los muros del cementerio. Y son recuerdos placenteros, no de nostalgia, como me dijo una amiga que me lee de vez en cuando, pero son recuerdos que siempre van unidos a los sitios donde tuvieron lugar y te los imaginas como eran, como fueron; los renacuajos con las charcas del cementerio, las "guerras", en los descampados que teníamos justo detrás de las casas y que casi se unían a las arenas de la playa, la caza con red en los arenales que había alrededor del campo de fútbol... el robo de besos en cualquiera de los bancos del paseo que daba al Ayuntamiento o en la Academia de Don Gonzalo, que estaba en la calle Carmen, peatonal, y que justo enfrente vivía yo.

Yo vivi durante algunos años en un pueblo y me sentía tan bien que, cuando llego la hora de irnos se me vino el mundo encima, tanto que mi madre, que me conocía como nadie hablo con una amiga para que me acogiera durante unos días hasta que me fuera haciendo a la idea. Era una familia sin hijos, el un Guardia Civil reciclado, como se dice ahora, en peluquero, ella, como era normal en aquellos años, ama de casa. La amiga, o conocida de mi madre, vivia detrás de nosotros, en la "calle de atrás",como solíamos decir, donde también tenían la peluquería de caballeros. Y así fue hasta que dejé el pueblo, y a los amigos, y a mis calles de siempre y a la Academia de Don Gonzalo y a las niñas con las que ya no era tan fácil robarles un beso... y a aquellas tertulias de banco del paseo... y como no a las visitas a Don Dionisio, en la Biblioteca del Ayuntamiento, y que ademas me dio latín en la Academia; buen elemento este Don Dionisio, era capaz de mantenerse en pie perfectamente y con una apariencia de natural sobriedad, a pesar de haberse bebido media bodega del bar de la esquina. Pero sobre todo ya no tendría a Don Sebastián, ni a Don Benito, ni a Tabuenca... ni al filosofo-prestamista... ni al cura del pueblo con el que tantas noches, con permiso de mi madre, discutíamos, el con la sotana remangada, de lo divino y de lo humano, quizás en la misma proporción.

Pero esa familia tenia una historia, la familia con la que gracias a ella, alargue un poco la despedida; una historia que corría de boca en boca por el pueblo y que de alguna manera aislaba a ella del resto. Puede que la cuente en otro momento.

No volví en muchos años, muchos, a pesar de vivir a no muchos kilómetros. Cuando lo hice todo me resultaba reducido, mas pequeño. La calle Carmen que siempre me pareció una avenida era en verdad una simple calle peatonal de cualquier pueblo, el Bar Lulu seguía allí pero ya no tenia que subirme al alféizar de sus ventanas para ver las partidas de domino. La plaza del paseo se convirtió en una pequeña plaza y las reformas y los retoques sufridos le había restado todo el encanto que tenia en mis noches de tertulia. La zona larga, extensa, de tierra de albero, donde solíamos pasear el Sr. Cura y yo, se había convertido en una gran avenida con un gran recorrido con bulevares y edificaciones y locales a ambos lados... Todo estaba ya en mi imaginación como aquellos personajes a los que tanto debo; hasta el Sr. Cura dejo de serlo. Y las zonas de las batallas y las guerras y la caza del gorrión se habían convertido en unas enormes vías de circulación y no menos grandes parques de recreo. Aquello no era el pueblo, se había convertido en un pueblo.

Perez -Reverte lleva razón en lo que dice: no hay que volver a los sitios donde se ha sido feliz.

 

miércoles, 17 de octubre de 2012







MI HORA BRUJA Y… MI CUCO

 
He terminado un nuevo dibujo a plumilla, un chelo,  ajado, viejo... con solera; mejor, me queda muy poco para terminarlo y he empezado otro a grafito: unos pies de una bailarina clásica, de ballet... con sus zapatillas, que es lo que realmente representa el dibujo. Y tengo previsto dibujar un acordeón, un acordeón de menos teclas, que me regalo Carlos, mi hijo. El acordeón huele a humedad y traía restos de humedad; al parecer lo compro en uno de esos mercadillos donde se vende de todo. En Lima, Perú. Sabe de mi afición a estos instrumentos por mi pasión por el tango. ¿Quien lo habrá tocado? ¿Que música habrán conseguido sacar de el?. De vez en cuando trato de imaginarme la vida de "mi" acordeón. Es pequeño, no es de concierto, de 27 o 28 teclas de piano, y sus botones de acompañamiento. Por eso pienso que no ha debido tener una vida "alegre", de cafe, de calle, de milonga... que es quizás lo que le hubiera gustado. ¿Porque lo dejarían  en el mercadillo? ... Ahora lo tengo yo, con un proceso amplio de limpieza, de eliminación de restos de humedad, de abandono, y cuando lo muevo pulsando su teclado los sonidos salen como si hubiera sonado siempre, permanentemente, con fuerza, limpios, como con deseos de ser escuchados. Suena bien mi pequeño acordeón. Pero hay un gran problema: no se tocar el acordeón y quizás por ello quiero dibujarlo, y llegar a todos sus rincones con el dibujo. Y quiero hacerlo, no el dibujo, sino tocarlo. Lo cojo, lo acomodo, muevo su fuelle y pulso sus teclas y suena; voy haciéndome a el y, quisiera, que el a mi. Sueño, -¿un nuevo sueño?-  con el día que consiga sacar melodías... de arrabal, que me apasionan.

Ha sonado el Cuco. Como siempre estoy en mi hora bruja, en las horas del silencio, de la serenidad, de estar conmigo sin intermediarios y ha sonado el Cuco. Esta ronco, se ha quedado sin fuelle, de verdad. Y es que esta muy mayor. Lo trajeron de Centro-Europa, de donde son estos relojes. Ha perdido la voz y tendré que llevarlo al otorrino de relojes cuco, pero sigue marcando el paso de las horas, midiendo el tiempo. La verdad que el cuco, al que aprecio, me ha traído una nueva ocupación: darle cuerda, bueno mejor dicho, subir las pesas, que en este cuco, y creo que en muchos, representan unas piñas, de piñones. Bueno también cuido su nivelación y es que es muy sensible; como lo mueva un milímetro dice que no quiere andar. Caprichos de cuco. La verdad es que me gustan mucho los relojes de pared, en especial estos, los de cuco, artesanales, de madera y alambre y con una fachada representando, en general, escenas y motivos de caza. Lo herede, aunque quizás debería decir, lo recupere, porque lo tenían olvidado en la casa se mis padres. Nadie le hacia caso. Allí le conocí siempre y en ningún momento le oí decirme la hora; siempre se había dado por supuesto que estaba estropeado. Un buen dia me lo traje a mi casa. Luego supe que estos relojes solo necesitan que las pesas estén donde deben y que este bien nivelado en la pared. Y cantaba el cuco, mientras movía alegre el pendulillo de madera que le da la energía para mover sus tripas. No creo que haya cosa peor para un reloj-cuco que no tener la oportunidad de decir el tiempo cantando. Esperar a verle salir a su ventanilla, con su pico rojo, al menos el mio lo tiene, a "verle" cantar se convirtió pronto en un espectáculo, sobre todo para mis hijos que se sentaban ilusionados esperando llegase la hora. Entonces tenia muy buena voz. Y paso casi como en la casa de mis padres que nos olvidamos del Cuco. Mis hijos se hicieron mayores, casi todo se convirtió en prisas y obligaciones, el tiempo se convirtió en un bien escaso y un día dejamos de subirle las pesas y se paro y no se volvió a oír su simpático canto: teníamos otras prioridades. El tiempo paso, mis hijos crearon su propia familia y de pronto, un día descubrí a "mi Cuco". Y sentí el deseo y la ilusión de verlo andar y cantar asomado a su ventanilla de nuevo. Subí suavemente las pesas, moví con delicadeza el pendulillo y espere. Poco duro el movimiento del pendulillo. Lo desplace de nuevo y nada. Bueno, ahora si estará estropeado, pensé, y lo deje. Con los días y mientras lo miraba una y otra vez recordé de su caprichosa sensibilidad: estaba desnivelado. Me costo conseguirlo y una vez que conseguí echarlo a andar me senté a oírlo cantar las horas como cuando mis hijos, pero... se había quedado sin voz: estaba ronco. Sigue ronco, porque aun no lo he llevado al otorrino de relojes-cuco, pero, como esta noche, sigue saliendo a su ventanilla y me dice la hora con una voz que no se porque, me suena a arrabalera.

 

 

 




                       Una tarde de cafe
 ... Echo de menos el afecto sincero, echo de menos la escucha compartida, echo de menos jornadas de paseo de animada charla, echo de menos la palabra en un momento
adecuado, echo de menos  momentos de ternura, echo de menos interlocutores validos, echo de menos la grandeza de la amistad, echo de menos los silencios compartidos, echo de menos un abrazo sin raz
ón, echo de menos un entendimiento sin palabras,...

No sabia que decirle, no tenia palabras, ni ideas, ni pensamiento, ni ... y me quede mirándolo...  podía oír sus latidos y los míos. No sabia, no supe que decirle. Era una tarde de cafe, una mas de las que, de cuando en cuando, quedábamos para intercambiar cosas nuestras y hablar de las del mundo, del mundo que compartíamos; una tarde en la que habíamos quedado como veníamos haciéndolo desde hace muchos, muchos años. No había probado el cafe que nos habían servido, ni yo tampoco, claro y no me miraba a mi pero estaba seguro que debía estar diciéndoselo  a alguien. Tenia la impresión, al escucharlo, de que aquellas palabras no eran las únicas que esta tarde tenia, eran las que, por alguna razón, se habían hecho realidad, habían saltado a la vida

.- Se te va a enfriar el cafe.

 Tenia la seguridad de que había muchas mas palabras, pero para mi ya aquellas eran suficientes para entender.

 ... echo de menos la realidad de mis recuerdos, echo de menos el deseo de conocer de tiempos pasados, echo de menos ahora las compañías de entonces, echo de menos el asombro, la curiosidad, el amor al conocimiento, a lo nuevo, a lo ignorado...

 .- Se te enfría el cafe.

Es que no sabia que decir, y aunque era verdad el consejo, -se te enfría el cafe-, era realidad era una excusa que ocultaba mi impotencia por no saber que decir.

 .- Que se te enfría el cafe.

 .- Ya lo se. Me dijo al fin volviendo y tomándolo en pequeños sorbos.

.- ¿Como estáis? Bien, estamos bien. ¿Y tu? ¿Y vosotros?...

 .- Bueno...

miércoles, 19 de septiembre de 2012






                      Vaya veranito

 
En dos días estaré con mi rutina, ¡Por fin! Las vacaciones, -es un decir-,  para un jubilado, se hacen largas y si no te las organizas medianamente, es una lata. Por aquello de que ya no trabajas, en el supuesto de que se pueda, estirar el periodo llamado de vacaciones es una barbaridad; acabas encontrándote con las vacaciones de julio, de agosto y como te escantilles un poco, te metes en septiembre. Lo que pasa es que el miedo a las altas temperaturas en la ciudad donde vives, se convierte en una razón mas que suficiente para que te quedes. Pero no, no me sienta bien unas vacaciones de jubilado tan largas. Que, a la hora de la verdad,  tampoco se esta tan mal con mas calor del necesario. Y eso que acabas convirtiendo el descanso? en otra rutina; acabas haciendo lo mismo todos los días solo que peor que si estuvieras en tu ciudad, en la que la rutina es una rutina organizada, ocupacional, con mayores espacios, tus amigos de siempre... que si una exposición, que si un desayuno con un amigo que no veías, que si la tertulia, que si el dibujo que has empezado... tu mesa de trabajo, tus trastos, ... que si una llamada de teléfono a un amigo o una amiga que te das cuenta que hace tiempo que no ves... una visita a una librería... los grandes almacenes, que relajan mucho...No es lo mismo. Lo curioso es que cuando empiezas a sentir el mono de tu rutina, también empiezas a recibir llamadas de teléfono de tus amigos de siempre: que si donde estas, que si a ver si nos vemos, que si ¿pero todavía estas por ahí?. ¡ Llámame en cuanto llegues !. Es que no debo ser solo yo el que sienta esto del mono. Y bueno, mira que yo procuro organizarme con mis lecturas, mis largos paseos por la playa y, como no, mis pinturas, ¡Ah¡ y la música, que este año, por cierto, he descubierto a DIANA KRALL, que ademas de tener una voz preciosa y tocar el piano maravillosamente tiene clase, es guapa y australiana. Y canta jazz, que se acompaña con su piano, y mas instrumentos claro, jazz romántico. Me ha acompañado muchas tardes de rutina veraniega, mientras leia, o me dejaba llevar por la vista que disfruto desde mi terraza, o mientras pintaba un óleo, un óleo con sabor marinero, que mi hija se llevo casi sin esperar a que se secara: "me viene estupendamente en una pared que tengo sin nada". Se lo hubiera llevado igual sin tener pared siquiera. Por cierto ademas de este óleo, he pintado otros dos. Uno de ellos representaba unas flores de geranios, rojo, con sus características hojas verdes-marrones que regale a una amiga de siempre; es que ella me había regalado una maceta grandota de hojas de aspidistra y a cambio le regale un cuadrito con geranios. Bueno también he estado cuidando unas plantitas que me gusta tener cerca; si lo consigo tendré una buena planta de buganvilla en mi terraza, que tenia ganas. Y bueno, la rutina se rompe cuando aparecen, como todos los años, los nietos con sus respectivos padres y entonces todo cambia; ruido de niños, comida de niños, gritos de niños...  alguna que otra charla nocturna con tu hijo, si no lo impide uno de esos aparatos nuevos, con un nombre curioso "tableta", que al parecer es mucho mas importante que una buena o normal comunicación con un padre que no ve muy a menudo; pero ya se se sabe que las "tabletas" son así. Y las noticias, porque vaya veranito que nos han dado con la prima, la Merkel, Bolinaga, los recortes, las amenazas de mas recortes, el "a las pensiones ni tocarlas", que ya veremos, que si el rescate si, que si no, el Gordillo asaltando lo que le echen y nadie entendiendo que lo dejen... en fin, la deuda de la Junta de Andalucía, que no la saben ni ellos... que si, con treinta años aquí resulta que la culpa es de Rajoy... que si ya no se sabe cuanto mas van a subir los combustibles, que si  el Mas de la parte alta que dice que se va, que no quiere nada con España, pero que antes le larguen la pela, pela, pela,... el de IU, el que quería la cabeza de un tal Griñan y ahora resulta que se dan besitos un día si y otro no... ah, que se me olvidaba, las olas de calor, porque este veranito hemos tenido dos o tres: 50 grados me marcaba el termómetro del coche el día que fui a recoger a mi hijo a Sevilla. Y las "cartas al Director de ABC que me han publicado quejándome de todo esto y mas... en fin las cosas que siempre nos traen los veranos y que este ha traído mas de la cuenta y que ya veremos que pasara en el otoño y en el invierno... Y para que seguir.

Por cierto entre los libros que he leído uno de ellos tiene un titulo especial: PORQUE SOMOS HUMANOS y  mira que lo explica bien el autor, un neurólogo español, creo, pues cuando veo las cosas que veo y las que oigo y las que leo... no me convence mucho, porque lo primero que habría que preguntarse es si de verdad lo somos. 

viernes, 27 de julio de 2012

COSAS Y GENTES





Hay que ver cómo, en ocasiones, se nos quedan grabadas imágenes, olores, frases y, sin saber por qué; probablemente porque nos impactó, nos llegó, sentimos lo que estábamos recibiendo, de otra manera. Una imagen que tengo muy grabada en mi memoria es la de un delfín agonizante. Me gustaba, de pequeño, visitar la Lonja de venta, subasta mas bien, del pescado que de madrugada, a hora temprana del día, habían pescado  pequeñas embarcaciones, muy cerca de la costa. Recuerdo como agrupaban lo pescado, por lotes, y como, de uno en uno un voceador iba cantando a una velocidad increíble, hacia atrás, para su venta, que se producía cuando alguno de los presentes hacia una casi imperceptible señal de aprobación. Pues precisamente en uno de esos días y junto a uno de los lotes formados había un pequeño delfín que,  como era natural, dado que no se veía así como así un delfín junto a un lote de acedias y pijotas, había atraído hacia ese lote a todos, o casi, los presentes; servía casi de espectáculo para los que estábamos en ese momento; no era corriente ver un delfín en la Lonja. Antes de la subasta de ese lote me acerque y me acerque, no solo a verlo sino a escucharlo, porque percibí como una especie de gemido o quejido que  me impresionaron.  Pero quizás me impresionaron mas la tristeza que pude reconocer en sus ojos. No entendía cómo era posible que ese animal tan cercano, tan distinto, hubiera sido capturado y estuviera allí en plena agonía. Se me grabo la escena, creo que para siempre. Como creo que se grabo para siempre mi atracción hacia las Lonjas de pescado; hoy las sigo visitando solo que la tecnología le ha quitado el encanto de lo natural, del desordenado desorden que hacía posible, permitiese, pasar un rato agradable solo observando el tremendo movimiento de cajas llenas de pescado y el continuo trasvase de personas. Y todo en unas horas, porque una vez acabada la venta, una vez llegado el ultimo barco y descargada su pesca, y vendida, todo el entorno quedaba enmudecido. Los camiones marchaban a su destino de venta soltando el agua que iba soltando el hielo agregado, a toda prisa, porque tenían que llegar a tiempo en el mercado de Madrid. Los empleados regaban la zona de subasta y todo parecía quedar listo para la siguiente jornada. Los pescadores, en sus barcos, preparaban para la siguiente faena, y, hecho el reparto del importe de la venta, caminaban cansados hacia sus hogares, aunque no todos, porque bastantes se pasaban antes por la taberna a tomarse unos vasos de vino, aunque quizás fuera el deseo de estar con unos compañeros de faena y que precisamente eso, la faena de la pesca les había impedido una charla y sobre todo comentarios sobre cómo estaba la mar, como había ido la pesca, si fulanito había tenido más suerte... me gustaba verlos sentados en mesa tosca de madera desnuda, con muy poca iluminación, alrededor de una botella de vino. Aquellos tiempos...
De la lonja guardo unos recuerdos todos agradables, quizás por la vida que allí se vivía, lo acelerado de los comportamientos en un tiempo muy reducido y la serenidad posterior una vez acabada toda la faena. Serenidad que yo apreciaba muy concretamente en un bar-cafetería que había justamente enfrente de la salida de la Lonja; el Bar de Ramón, Don Ramón,  con la barra al fondo y delante unas meses con la tapa de mármol blanco y las ventanas que dejaban pasar una luz muy agradable.  En esas mesas eran tradicionales las partidas de domino. En una esquina de una de las mesas, entre dos jugadores, me apostaba observando cómo jugaban, pero lo que  no recuerdo es cuando y porque estaba yo allí, con mi edad, no más de 13 o 14 años. Si recuerdo que el dueño del Bar, Don Ramón, era el padre de Ramón, que llevaba el ambigú del Casino de los Pobres, justo enfrente del Casino de los Ricos, un amigo de mi padre con el que tenía unas largas charlas nocturnas una vez que mi madre le daba permiso para que pudiera irme con él. !Que tiempos...¡
Siempre he vivido en ciudades con río y con río y océano. No lo sé porque no ha ocurrido, pero si viviese en una ciudad cerrada sin acceso al mar o un río creo que me entraría una especie de claustrofobia; solo el pensar en la posibilidad de no ver agua en mis paseos.... Es como sentir el sonido de las olas en los momentos antes de dormirte o de oír silbar el viento en épocas de invierno... se quedan esos sonidos... forman parte de todas tus memorias históricas  y se echan de menos.
Que en los pueblos se viva con más intensidad es algo que siempre he tenido muy claro. Quizás por la cercanía de todo, quizás porque todos saben todo, quizás porque has crecido en sus calles, en sus rincones, quizás porque han permitido, a los niños de entonces, hacer realidad toda su posible fantasía.. quizás porque nos permitía estar mucho más cerca de la vida; recuerdo los renacuajos que cogíamos en las charcas que se formaban junto a las paredes del cementerio, los nidos de pájaros que veíamos muy de cerca dado que subíamos al árbol donde estaban  Pero lo que más me sigue llamando la atención de esas zonas son los personajes, los personajes del pueblo, asumidos, queridos  y conocidos por todos, cada uno con su apodo,  al menos los de la época de la que estoy escribiendo y que los recuerdo con un enorme cariño, aunque quizás no lo sintiese entonces, por la cercanía. Estaba el filosofo, que vivía de prestar dinero en invierno, en época de poca pesca, el oligofrénico que, en épocas de nublados recorría las calles, a paso muy rápido y hablando solo con frases ininteligibles y nadie le decía nada, ni se metía con él, en todo caso algo cariñoso. Recuerdo al vendedor de tortas, que recorría las calles con una cesta al brazo, voceando la mercancía, cantándola casi, y que un hermano mío, travieso a más no poder, hizo que las tortas volasen por los aires con el regocijo de todos los chiquillos y que mi padre hubo de abonar. Pero un personaje que se me ha quedado en mi recuerdo de manera muy especial era el de un hombre joven, para mi entonces era mayor, mecánico, decían que un magnifico mecánico, que cuando terminaba el trabajo y marchaba a su casa, con el mono azul, ya de noche, se le veía pararse y mirar a todos lados, reanudaba la marcha y en la esquina se escondía mirando como si le siguiese alguien; y eso era. se sentía perseguido, veía personajes que le seguían como si le fueran a hacer daño; un esquizofrénico al que su enfermedad le atacaba en algunos momentos con fuerza y, al mismo tiempo una gran persona y un magnifico mecánico: me quedó su expresión de miedo, de tristeza. Me recuerda ahora al personaje de una magnifica película, que narra la historia de un Nobel, Una mente maravillosa  Había otro personaje, como todos aceptado por toda la gente del pueblo, empresario de ropas, vamos tenia un establecimiento de ventas de prendas de vestir femeninas. Usaba en sus desplazamientos una moto que en aquellos días, llamaba la atención de todos. Acabo mal, creo. A media mañana se le veía entrar a los servicios de un bar amplio, muy conocido, céntrico, muy cerca de donde yo vivía, demacrado, con la mirada perdida, casi sin poder sostenerse... Y al poco se le veía salir erguido, ágil, sentándose a tomar una copa en la barra... Hoy se diría que era un drogadicto entonces se decía que se había enganchado al opio. Lo cierto era que algo tomaba en el servicio aquel que le resucitaba. Murió joven y no me entere como, no fue por muerte natural.
Se vive mejor en los pueblos, dicen, al menos entonces, en el en tonces de aquellos años.