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lunes, 4 de junio de 2018

La vida, que a pesar de todo, es maravillosa.











Y mi hermano Carlos. Con un problema terrible, de los del día, desgraciadamente, y una recuperación increíble y un coste de sufrimiento y secuelas enorme...y que te hace pensar y pensar...y que todo se te mueve por dentro, y que te lleva a preguntarte que hacemos con nuestra vida, la única que tenemos, la única que vamos a tener y llegas a pensar que todo es un engaño, una tomadura de pelo y llegas a decirte que ya no más “”a ver si””, que ya lo hago sin más, y llegas a pensar, así, de pronto, que vivir es otra cosa, que vivir, de alguna manera es liberarse de convencionalismos, creencias, normas...que es estar con quien se quiera estar, creer en lo que se quiera creer, en encontrar la felicidad en los pequeños detalles...en tener suficientemente claro que lo que no hagas en un momento puede que no lo hagas nunca. Y te das cuenta de que la vida, al menos la mía, es la  Luz, los colores, lo que te rodea, el sentirte querido, la amistad, el trabajo... De cuanta “no verdad” se nos ha hecho creer que es la vida. Y te das cuenta que la ilusión, en lo que sea, incluso en la propia vida, es el motor que la mueve.

Hoy he leído la entrevista que le hacen a un psicólogo y escritor, en la que entre otras afirmaciones dice que “la vida es un chollo si no te creas unas necesidades vacuas”. Acaba de publicar un libro “Nada es tan terrible: la filosofía de los más fuertes y felices.”. Al parecer un manual “basado en la autoterapia cognitiva o del pensamiento.” Entre otras cosas defiende, según la psicología cognitiva, “que nuestro mundo emocional depende de nuestros pensamientos, de nuestra manera de ver el mundo, de nuestra filosofía personal”. Participo de ello, pero lo condiciono a la capacidad que pueda desarrollar el ser humano para liberarse, desengancharse, limpiarse de los estímulos, engaños, cantos de sirena, bombardeos de ideas de la propia sociedad de consumo y creencias en la que vive. En la entrevista que le hacen ya responde que no hace falta mucho para vivir felices o al menos, serenamente; la ausencia, la carencia del deseo, el conformismo con lo que se tiene...y eso lo dice, lo propone, lo plantea en una sociedad en la que el hombre se siente bombardeado con las ideas de que la felicidad pasa por tener y tener y cuando no por creencias tradicionales o atajos de iluminados con normas, cumplimientos que prometen son llave para su felicidad. Es natural que el ser humano acabe neurótico, inestable emocionalmente y acabe dando bandazos llenándose de artilugios que quedaron obsoletos a la vuelta de la esquina. Y volver a empezar.

Alguna vez había comentado que nosotros, en general, andamos, vivimos con orejeras, ya se sabe, esos artilugios que se colocan a los caballos para que solo vea el camino, el trayecto, unas orejeras que nos limitan nuestra mirada por el mundo en donde vivimos...o vegetamos. Se mira muy poco al cielo, como se aprecia muy poco los colores de la naturaleza en la que estamos. La anécdota que de vez en cuando cuento de mi madre, que me hizo ver, así, de pronto, todas las tonalidades de verde que nos ofrece la naturaleza.

.- Fijate, -me dijo, indicándome por la ventanilla del tren en el que íbamos a la frontera con Portugal,- fíjate la lista tan enorme de verdes que vemos desde aquí; van desde el amarillo hasta el marrón oscuro.” 

Se me quedó para siempre. Y hoy sigo fijándome en los colores de la naturaleza. A lo mejor por eso es mi color preferido. Y el cielo. Ya se que las iluminaciones de las ciudades impiden que podamos apreciar el inmenso cielo estrellado de una noche clara. Con mis hijos, en un rincón marinero donde veraneábamos, en la terraza, en el silencio de la noche, jugábamos a asignarle una estrella a cada uno de ellos. Más tarde, ya con mis nietas, lo volví a hacer. Espero que se le haya quedado como a mi los colores por la indicación de mi madre. En dos ocasiones he podido apreciar en plenitud el cielo estrellado, de rutilantes, incontables, maravillosas y fugaces estrellas. Tampoco se olvida ese espectáculo. Si, también eso, para mí, es vida. 

Le oí decir a una escritora americana, de la que hice su retrato a grafito en su día, que querría morir con sus recuerdos. Evidentemente se estaba refiriendo a esa terrible enfermedad que acaba despojándonos de nosotros mismos, de nuestro yo, que acaba convirtiéndonos en un vegetal...y yo me digo que quisiera morirme con la luz y todo los colores que ella nos da: los azules, los ocres, los verdes... antes de entrar en la oscuridad, que es para mi la muerte. La ausencia de todo color. Debe ser terrible.


Estoy de acuerdo con el psicólogo: la vida es maravillosa. Me lo repito a menudo y me sigo asombrando de todo lo que ella representa y nos depara

domingo, 3 de junio de 2018

De la brevedad de la vida...y mi amigo Pedro



Es verdad. Hace tiempo que no aparezco por aquí. Me lo decía una amiga, una querida amiga, siempre pendiente de un Nuevo comentario mío. Por eso estoy tratando de recuperarlo; temas y motivos hay para hacerlo. Y han ocurrido muchas cosas, entre ella la muerte precisamente de esa amiga, y quizás por ello la tardanza, la desgana, el alargar el tiempo. A veces da vértigo comprobar la de cosas que pueden ocurrir en tan corto periodo de tiempo. Ya se que cosas están ocurriendo permanentemente, pero me refiero a las próximas, las cercanas, las que, de una manera u otra pueden llegar a afectarte, a pensar, y a veces, además de pensar, a plantearte la vida. A pesar de ser tan evidente, vivimos sin pensar en la finitud de nuestra vida, de nuestra estancia por aquí. Y te das cuenta de que tampoco hay un razonamiento de los que pueda ocurrir.

Murió, también, mi amigo Pedro. Le vimos, le vi, como se moría poco a poco. Y también le vi luchar porque no ocurriera, aunque ya él me lo dijera: “Juan Adolfo a mi me queda como mucho un año de estar por aquí.” Y no se equivoco mucho. Formaba parte de nuestra tertulia. Fue un contertulio fuerte, preparado, ágil, con una gran memoria, fogoso, pasional...elevaba la discusión al límite; era de respuesta rápida. En ella, en la tertulia, en esas reuniones de los miércoles, se empezó a apreciar su deterioro, aunque no dejaba, no quería que se le notara lo más mínimo. Después, cuando solos él y yo, nos íbamos para casa, me lo decía, se sinceraba, creo que sentía la necesidad de sincerarse, de hablar de lo que estaba ocurriendo por dentro. “”Me están metiendo mierda en el cuerpo, Juan Adolfo. Y ahora me han dicho que tengo metástasis en el pulmón y en el hígado.” Y no sabía que decirle. ¿Que se le puede decir a un amigo que te dice que sabe que se está muriendo.? Y tú sabes que es verdad.

Nos inventamos una mini-tertulia; con ello pretendíamos quitarle un día de estar en casa. La pusimos los lunes; el miércoles era la de siempre la de todos, en esta sólo acudíamos, lo acordamos así, tres amigos. Cuando lo veíamos aparecer, vivía relativamente cerca de donde teníamos el encuentro, notábamos su color macilento, su andar con desgana y esa pérdida de vida que se ve, y claro que se ve, en su mirada. Pedía su café solo, “”por favor muy caliente””. Y se metía de lleno enseguida en el tema que estuviéramos debatiendo...y cambiaba, parecía Pedro.

Le acompañé en los últimos días de vida, bueno dos días antes de irse y me quedó una frase que recuerdo con mucha frecuencia. Ese día, como otros anteriores, estábamos sentados en una pequeña sala de estar. Yo en una butaca él en el sofá con la cabeza echada hacia atrás y los ojos cerrados. Yo hablaba y hablaba, hasta que pensé que podría molestarle tanta palabrería. Y se lo dije:

.- Pedro, me voy a ir ya porque te estoy molestando.

Seguía con los ojos cerrados. Y me contestó:

.- Por favor,  no te vayas, tú Palabra me consuela.

Pedro murió un par de días después. Se me fue un amigo, fuerte, joven, pasional, curioso...se me fue un amigo, que no es poco.

Según Seneca, quien mejor vive la vida es el sabio, recordando sabiamente el pasado, aprovechando el presente y disponiendo el futuro.

Probablemente, bueno seguro, ya me toca pensar en la brevedad de la vida. Parece que es cuando te das cuenta de que no queda ya mucho para marcharte, cuando empiezas a decirte que “”que corta es la vida””.

Sobre este tema tenemos textos que vienen a decirnos que, en cualquier época el hombre se ha hecho la misma pregunta y la misma reflexión sobre la vida. Tenemos a Seneca, con su “De la brevedad de la vida.”, Luis de Gongora con “De la brevedad engañosa de la vida” y Ocnos, de Luis Cernuda. Y hasta una Opera, “La vIda breve” de Falla.

De pronto aprecias que los días se han acelerado, que pasan a una velocidad de vértigo, los días, las semanas, los meses...Es como si el concepto del tiempo hubiera cambiado. Empiezas a enterarte que la vida es limitada, es mucho más breve de lo que tenías pensado y que, probablemente, no, seguro, no te dará tiempo a conocer, vivir, todo lo que siempre habías deseado. Como dejo dicho Cernuda en Ocnos “somos alcanzados por el tiempo y a partir de ahí nos sentimos obligados a contar con el.”

Y comienzan las reflexiones. En mi caso no reivindico una segunda oportunidad, pero sí que siendo la vida tan breve, se pierda el tiempo tan lamentablemente.

A mi amigo Pedro, le alcanzó el tiempo; se fue pronto.