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viernes, 27 de julio de 2012

COSAS Y GENTES





Hay que ver cómo, en ocasiones, se nos quedan grabadas imágenes, olores, frases y, sin saber por qué; probablemente porque nos impactó, nos llegó, sentimos lo que estábamos recibiendo, de otra manera. Una imagen que tengo muy grabada en mi memoria es la de un delfín agonizante. Me gustaba, de pequeño, visitar la Lonja de venta, subasta mas bien, del pescado que de madrugada, a hora temprana del día, habían pescado  pequeñas embarcaciones, muy cerca de la costa. Recuerdo como agrupaban lo pescado, por lotes, y como, de uno en uno un voceador iba cantando a una velocidad increíble, hacia atrás, para su venta, que se producía cuando alguno de los presentes hacia una casi imperceptible señal de aprobación. Pues precisamente en uno de esos días y junto a uno de los lotes formados había un pequeño delfín que,  como era natural, dado que no se veía así como así un delfín junto a un lote de acedias y pijotas, había atraído hacia ese lote a todos, o casi, los presentes; servía casi de espectáculo para los que estábamos en ese momento; no era corriente ver un delfín en la Lonja. Antes de la subasta de ese lote me acerque y me acerque, no solo a verlo sino a escucharlo, porque percibí como una especie de gemido o quejido que  me impresionaron.  Pero quizás me impresionaron mas la tristeza que pude reconocer en sus ojos. No entendía cómo era posible que ese animal tan cercano, tan distinto, hubiera sido capturado y estuviera allí en plena agonía. Se me grabo la escena, creo que para siempre. Como creo que se grabo para siempre mi atracción hacia las Lonjas de pescado; hoy las sigo visitando solo que la tecnología le ha quitado el encanto de lo natural, del desordenado desorden que hacía posible, permitiese, pasar un rato agradable solo observando el tremendo movimiento de cajas llenas de pescado y el continuo trasvase de personas. Y todo en unas horas, porque una vez acabada la venta, una vez llegado el ultimo barco y descargada su pesca, y vendida, todo el entorno quedaba enmudecido. Los camiones marchaban a su destino de venta soltando el agua que iba soltando el hielo agregado, a toda prisa, porque tenían que llegar a tiempo en el mercado de Madrid. Los empleados regaban la zona de subasta y todo parecía quedar listo para la siguiente jornada. Los pescadores, en sus barcos, preparaban para la siguiente faena, y, hecho el reparto del importe de la venta, caminaban cansados hacia sus hogares, aunque no todos, porque bastantes se pasaban antes por la taberna a tomarse unos vasos de vino, aunque quizás fuera el deseo de estar con unos compañeros de faena y que precisamente eso, la faena de la pesca les había impedido una charla y sobre todo comentarios sobre cómo estaba la mar, como había ido la pesca, si fulanito había tenido más suerte... me gustaba verlos sentados en mesa tosca de madera desnuda, con muy poca iluminación, alrededor de una botella de vino. Aquellos tiempos...
De la lonja guardo unos recuerdos todos agradables, quizás por la vida que allí se vivía, lo acelerado de los comportamientos en un tiempo muy reducido y la serenidad posterior una vez acabada toda la faena. Serenidad que yo apreciaba muy concretamente en un bar-cafetería que había justamente enfrente de la salida de la Lonja; el Bar de Ramón, Don Ramón,  con la barra al fondo y delante unas meses con la tapa de mármol blanco y las ventanas que dejaban pasar una luz muy agradable.  En esas mesas eran tradicionales las partidas de domino. En una esquina de una de las mesas, entre dos jugadores, me apostaba observando cómo jugaban, pero lo que  no recuerdo es cuando y porque estaba yo allí, con mi edad, no más de 13 o 14 años. Si recuerdo que el dueño del Bar, Don Ramón, era el padre de Ramón, que llevaba el ambigú del Casino de los Pobres, justo enfrente del Casino de los Ricos, un amigo de mi padre con el que tenía unas largas charlas nocturnas una vez que mi madre le daba permiso para que pudiera irme con él. !Que tiempos...¡
Siempre he vivido en ciudades con río y con río y océano. No lo sé porque no ha ocurrido, pero si viviese en una ciudad cerrada sin acceso al mar o un río creo que me entraría una especie de claustrofobia; solo el pensar en la posibilidad de no ver agua en mis paseos.... Es como sentir el sonido de las olas en los momentos antes de dormirte o de oír silbar el viento en épocas de invierno... se quedan esos sonidos... forman parte de todas tus memorias históricas  y se echan de menos.
Que en los pueblos se viva con más intensidad es algo que siempre he tenido muy claro. Quizás por la cercanía de todo, quizás porque todos saben todo, quizás porque has crecido en sus calles, en sus rincones, quizás porque han permitido, a los niños de entonces, hacer realidad toda su posible fantasía.. quizás porque nos permitía estar mucho más cerca de la vida; recuerdo los renacuajos que cogíamos en las charcas que se formaban junto a las paredes del cementerio, los nidos de pájaros que veíamos muy de cerca dado que subíamos al árbol donde estaban  Pero lo que más me sigue llamando la atención de esas zonas son los personajes, los personajes del pueblo, asumidos, queridos  y conocidos por todos, cada uno con su apodo,  al menos los de la época de la que estoy escribiendo y que los recuerdo con un enorme cariño, aunque quizás no lo sintiese entonces, por la cercanía. Estaba el filosofo, que vivía de prestar dinero en invierno, en época de poca pesca, el oligofrénico que, en épocas de nublados recorría las calles, a paso muy rápido y hablando solo con frases ininteligibles y nadie le decía nada, ni se metía con él, en todo caso algo cariñoso. Recuerdo al vendedor de tortas, que recorría las calles con una cesta al brazo, voceando la mercancía, cantándola casi, y que un hermano mío, travieso a más no poder, hizo que las tortas volasen por los aires con el regocijo de todos los chiquillos y que mi padre hubo de abonar. Pero un personaje que se me ha quedado en mi recuerdo de manera muy especial era el de un hombre joven, para mi entonces era mayor, mecánico, decían que un magnifico mecánico, que cuando terminaba el trabajo y marchaba a su casa, con el mono azul, ya de noche, se le veía pararse y mirar a todos lados, reanudaba la marcha y en la esquina se escondía mirando como si le siguiese alguien; y eso era. se sentía perseguido, veía personajes que le seguían como si le fueran a hacer daño; un esquizofrénico al que su enfermedad le atacaba en algunos momentos con fuerza y, al mismo tiempo una gran persona y un magnifico mecánico: me quedó su expresión de miedo, de tristeza. Me recuerda ahora al personaje de una magnifica película, que narra la historia de un Nobel, Una mente maravillosa  Había otro personaje, como todos aceptado por toda la gente del pueblo, empresario de ropas, vamos tenia un establecimiento de ventas de prendas de vestir femeninas. Usaba en sus desplazamientos una moto que en aquellos días, llamaba la atención de todos. Acabo mal, creo. A media mañana se le veía entrar a los servicios de un bar amplio, muy conocido, céntrico, muy cerca de donde yo vivía, demacrado, con la mirada perdida, casi sin poder sostenerse... Y al poco se le veía salir erguido, ágil, sentándose a tomar una copa en la barra... Hoy se diría que era un drogadicto entonces se decía que se había enganchado al opio. Lo cierto era que algo tomaba en el servicio aquel que le resucitaba. Murió joven y no me entere como, no fue por muerte natural.
Se vive mejor en los pueblos, dicen, al menos entonces, en el en tonces de aquellos años. 
        

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