Hay que ver cómo, en ocasiones, se
nos quedan grabadas imágenes, olores, frases… y, sin saber por qué; probablemente
porque nos impactó, nos llegó, sentimos lo que estábamos recibiendo,
de otra manera. Una imagen que tengo muy grabada en mi memoria es la de un delfín agonizante. Me gustaba, de pequeño, visitar la Lonja de venta, subasta mas bien, del pescado que
de madrugada, a hora temprana del día, habían pescado pequeñas embarcaciones, muy cerca de la costa. Recuerdo como agrupaban
lo pescado, por lotes, y como, de uno en uno un voceador iba cantando a una
velocidad increíble, hacia atrás, para su venta, que se producía cuando alguno de los presentes hacia una casi imperceptible señal de aprobación. Pues precisamente en
uno de esos días y junto a uno de los
lotes formados había un pequeño delfín que, como era natural, dado que no se veía así como así un delfín junto a un lote de
acedias y pijotas, había atraído hacia ese lote a todos, o casi, los presentes; servía casi de espectáculo para los que estábamos en ese momento; no era corriente ver un delfín en la Lonja. Antes de la subasta de ese lote me acerque y me
acerque, no solo a verlo sino a escucharlo, porque percibí como una especie de gemido o quejido que me impresionaron. Pero quizás me
impresionaron mas la tristeza que pude reconocer en sus ojos. No entendía cómo era posible que ese
animal tan cercano, tan distinto, hubiera sido capturado y estuviera allí en plena agonía. Se me grabo la
escena, creo que para siempre. Como creo que se grabo para siempre mi atracción hacia las Lonjas de pescado; hoy las sigo visitando solo que
la tecnología le ha quitado el
encanto de lo natural, del desordenado desorden que hacía posible, permitiese, pasar un rato agradable solo observando
el tremendo movimiento de cajas llenas de pescado y el continuo trasvase de
personas. Y todo en unas horas, porque una vez acabada la venta, una vez
llegado el ultimo barco y descargada su pesca, y vendida, todo el entorno
quedaba enmudecido. Los camiones marchaban a su destino de venta soltando el
agua que iba soltando el hielo agregado, a toda prisa, porque tenían que llegar a tiempo en el mercado de Madrid. Los empleados
regaban la zona de subasta y todo parecía quedar listo
para la siguiente jornada. Los pescadores, en sus barcos, preparaban para la
siguiente faena, y, hecho el reparto del importe de la venta, caminaban
cansados hacia sus hogares, aunque no todos, porque bastantes se pasaban antes
por la taberna a tomarse unos vasos de vino, aunque quizás fuera el deseo de estar con unos compañeros de faena y que precisamente eso, la faena de la pesca les
había impedido una charla y sobre todo comentarios sobre cómo estaba la mar, como había ido la pesca, si
fulanito había tenido más suerte... me gustaba verlos sentados en mesa tosca de madera
desnuda, con muy poca iluminación, alrededor de una
botella de vino. Aquellos tiempos...
De la lonja guardo unos recuerdos todos agradables, quizás por la vida que allí se vivía, lo acelerado de los comportamientos en un tiempo muy reducido
y la serenidad posterior una vez acabada toda la faena. Serenidad que yo
apreciaba muy concretamente en un bar-cafetería que había justamente enfrente
de la salida de la Lonja; el Bar de Ramón, Don Ramón, con la barra al fondo
y delante unas meses con la tapa de mármol blanco y
las ventanas que dejaban pasar una luz muy agradable. En esas mesas eran tradicionales las partidas
de domino. En una esquina de una de las mesas, entre dos jugadores, me apostaba
observando cómo jugaban, pero lo que no recuerdo es cuando y porque estaba yo allí, con mi edad, no más de 13 o 14 años. Si recuerdo que el dueño del Bar, Don Ramón, era el padre de Ramón, que llevaba
el ambigú del “Casino de los Pobres”, justo enfrente
del “Casino de los Ricos”, un amigo de mi
padre con el que tenía unas largas charlas
nocturnas una vez que mi madre le daba permiso para que pudiera irme con él. !Que tiempos...¡
Siempre he vivido en ciudades con río y con río y océano. No lo sé porque no ha ocurrido,
pero si viviese en una ciudad cerrada sin acceso al mar o un río creo que me entraría una especie de
claustrofobia; solo el pensar en la posibilidad de no ver agua en mis
paseos.... Es como sentir el sonido de las olas en los momentos antes de
dormirte o de oír silbar el viento en épocas de invierno... se quedan esos sonidos... forman parte de
todas tus memorias históricas y se echan de menos.
Que en los pueblos se viva con más intensidad es algo que siempre he tenido muy claro. Quizás por la cercanía de todo, quizás porque todos saben todo, quizás porque has crecido en sus calles, en sus rincones, quizás porque han permitido, a los niños de entonces, hacer realidad toda su posible fantasía.. quizás porque nos permitía estar mucho más cerca de la vida;
recuerdo los renacuajos que cogíamos en las charcas que
se formaban junto a las paredes del cementerio, los nidos de pájaros que veíamos muy de cerca dado
que subíamos al árbol donde estaban… Pero lo que más me sigue llamando la atención de esas zonas
son los personajes, los personajes del pueblo, asumidos, queridos y conocidos por todos, cada uno con su apodo,
al menos los de la época de la que estoy escribiendo y que los recuerdo con un
enorme cariño, aunque quizás no lo sintiese entonces, por la cercanía. Estaba el filosofo, que vivía de prestar dinero en invierno, en época de poca pesca, el oligofrénico que, en épocas de nublados
recorría las calles, a paso
muy rápido y hablando solo con frases ininteligibles y nadie le decía nada, ni se metía con él, en todo caso algo cariñoso. Recuerdo al
vendedor de tortas, que recorría las calles con una
cesta al brazo, voceando la mercancía, cantándola casi, y que un hermano mío, travieso a más no poder, hizo que
las tortas volasen por los aires con el regocijo de todos los chiquillos y que
mi padre hubo de abonar. Pero un personaje que se me ha quedado en mi recuerdo
de manera muy especial era el de un hombre joven, para mi entonces era mayor,
mecánico, decían que un magnifico mecánico, que cuando terminaba el trabajo y marchaba a su casa, con
el mono azul, ya de noche, se le veía pararse y
mirar a todos lados, reanudaba la marcha y en la esquina se escondía mirando como si le siguiese alguien; y eso era. se sentía perseguido, veía personajes que le
seguían como si le fueran a hacer daño; un esquizofrénico al que su
enfermedad le atacaba en algunos momentos con fuerza y, al mismo tiempo una
gran persona y un magnifico mecánico: me quedó su expresión de miedo, de
tristeza. Me recuerda ahora al personaje de una magnifica película, que narra la historia de un Nobel, “Una mente maravillosa” Había otro
personaje, como todos aceptado por toda la gente del pueblo, empresario de
ropas, vamos tenia un establecimiento de ventas de prendas de vestir femeninas.
Usaba en sus desplazamientos una moto que en aquellos días, llamaba la atención de todos.
Acabo mal, creo. A media mañana se le veía entrar a los servicios de un bar amplio, muy conocido, céntrico, muy cerca de donde yo vivía, demacrado, con la mirada perdida, casi sin poder
sostenerse... Y al poco se le veía salir erguido,
ágil, sentándose a tomar una copa
en la barra... Hoy se diría que era un drogadicto
entonces se decía que se había enganchado al opio. Lo cierto era que algo tomaba en el
servicio aquel que le resucitaba. Murió joven y no me entere
como, no fue por muerte natural.
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