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jueves, 17 de mayo de 2018






 

De paseo un día cualquiera


Entro  en la Avenida después de dejar atrás la Puerta - Jerez.  Miro hacia atrás y me viene el recuerdo de cuando todo aquel entorno estaba abierto a toda  suerte de vehículos y que para tomar una fotografía de la fuente... tenia que esperar a un domingo cualquiera, a hora bien  temprana, para poder hacerla con el detalle que quería; así la he hecho yo. De siempre he paseado esa zona y, en verdad, poder hacerlo ahora sin ruidos de motores y sin humos... Como a la propia Avenida, convertida toda ella en peatonal, uniendo prácticamente el Puente de San Telmo con la Campana. Con la perspectiva de los días pasados hoy casi no se comprende como por ese entorno pudieron circular autobuses, ciclomotores  y todo tipo de vehículos en ambas direcciones. Como que, además, estuvieran establecidas varias paradas de autobuses, tanto al final de la Avenida, junto al Banco de España como en la plaza Nueva, convertida en una zona de humos y olores de combustible quemado y los taxis...Hoy el transporte ha quedado reducido al tranvía y al carril bici.

Entrar en la Avenida, para mi, es como entrar en un mundo especial. Casi todos nuestros sentidos se sienten afectados y vamos percibiendo colores, sonidos, olores... gentes variopintas... a nuestro paso

Tiene como fiel compañía a un perrillo pequeño, de ojos vivarachos, de pelaje corto y de color blanco,  y...abrigado con un chalequillo rojo, y que dormita o descansa, no se sabe con certeza, apoyada su barbilla en sus dos patas delanteras y èl mismo en una alfombrilla, al parecer atento a lo que con tanta seriedad realiza su ama; toca el acordeón, un gran acordeón de color rojo, sentada en un pequeño taburete y apoyada en la pared del Edificio Coliseo. A sus pies un pequeño cestillo  por si, los que pasan, quieren tener alguna caridad en forma de moneda. Mueve el acordeón con dignidad, con seriedad y diría que casi con profesionalidad, con los ojos perdidos no se sabe donde. A veces se acompaña de su propia voz. Tiene el pelo negro y rizado y una  figura sin señales de pasar necesidades alimentarias, muy al contrario. En cuanto  al manejo del acordeón... tengo que decir que desafina con una habilidad digna de mejor aprecio, pero ella como si nada, a lo suyo que es tocar canciones conocidas que, en manos de ellas casi dejan de serlo. Por su constancia merece la caridad.

El acordeón, como otros instrumentos musicales, siempre me llamo la atención; lo que pasa es que lo relaciono siempre con canciones francesas o con temas de tango. Claro que para el tango como su hermano ¿Pequeño? el bandoneón... ninguno. Pero ninguno como el violín como instrumento con sensibilidad; con el se me han caído  algunas lagrimas mas de una vez al escucharlo cuando era solo un pequeño adolescente. Claro que, un buen acordeón bien tocado es digno de ser escuchado, como ocurría mas adelante, pero no ya en la Avenida sino en Sierpes, en la calle Sierpes, otra vía mágica  para mi. En esta ocasión se trataba de un chico joven que tocaba un acordeón impresionante, yo diría que de orquesta, si es que los hay, del que salían notas, acordes, melodías maravillosamente tocadas, difíciles, complicadas, resueltas magníficamente con una gran maestría. No se podía evitar pararse a escucharlo y verlo, porque verlo tocar aquel instrumento lleno de teclas y botones ya era un espectáculo. Estaba claro que no se trataba de un aficionado mas callejero que tocaba sin mas fin que el de ganarse el pan del día, tocaba poniendo su alma en ello. estaba muy por encima de ello. No podías evitar pararte a escuchar las notas, las melodías que salían rítmicamente, con su medida exacta y con la armonía correcta. Eran músicas conocidas pero especialmente por su ritmo. A mi recordaron músicas eslavas, rusas, polacas. Tocaba con una tal concentración que cuando la música terminaba parecía como agotado, necesitado de reponer fuerzas. En un descanso mas largo me fui. Y me fui con una duda ¿era ciego?

Continuo mi paseo y a la altura del Archivo de Indias, en la acera de enfrente, justo en la fachada del edificio de Correos suena una guitarra. Es uno de los personajes de la Avenida que mas me fascinan. No llega a hombre-orquesta pero casi. Toca la guitarra, jazz duro, acompañado de una armónica colgada al cuello, situada a la altura de la boca y se acompaña con unos cascabeles atados en su pierna derecha, a la altura del tobillo, que suena al compás de sus movimientos. Pero lo mas destacable y digno de mencionar es que, a veces, para pulsar las cuerdas en los trastes del diapasón, lo hace con el envase de cristal de una cerveza. Llama la atención no cabe duda y muy pocos son los turistas que no se paran a escucharlo. Suena muy bien y prácticamente le he seguido casi desde que se decidió a tocar en la calle. Para mi que es autóctono, vamos vecino de Sevilla. Poco a poco ha ido haciéndose un hueco y poco a poco ha sabido organizarse, pero siempre en la Avenida; incluso ya vende discos de su música. 

Pero la guitarra tiene mas representación en la Avenida, aunque en este caso, en su entorno próximo y también a una hora concreta y en un sitio concreto: la caída de la tarde y junto a los muros del Alcázar frente al monumento de la Inmaculada. Acordes de flamenco salidos de una buena guitarra a la que se ha agregado un amplificador que en el principio de una noche cualquiera suenan a gloria, si es que la gloria tiene algún sonido. Guitarra y tocaor forman un todo cercano, dejando en el aire los sonidos de las cuerdas de la guitarra acariciadas con delicadeza, casi con respeto, con el mismo respeto que me inspira cuando me paro a escucharlos.

Siguiendo mi paseo ya estoy a la altura de la Catedral y los turistas fotografiando su fachada. 

1 comentario:

Jose Cuadros Moreno dijo...

He oído decir, que cuando te encuentres desconsolado, afligido, angustiado,dolorido, apenado, abraza un zapato, si un zapato, si, abrazar un zapato consuela.
Hay que, y es bueno, recomendable, saludable e interesante, gastar zuela de los zapatos, patear las calles de tu ciudad, para observar los personajes que en cada esquina, o junto a la sombra de algún edificio, no se en algunos casos por necesidad, o por trasmitir una inquietud, una afición, o un estilo propio de vida. justo al lado de la puerta del banco Santander, antes Central, de la avenida, un joven sevillano con sombrero mexicano, acostumbra a cantar canciones propias de ese país, su aspecto físico, su sonrosada faz y su bien alimentado cuerpo, sugieren que no lo hace por necesidad, sus rancheras, sus corridos,denotan un especial afecto al folclore costumbrista de más allá del caribe. No hace mucho, un pintor Albanés me hizo un retrato,con una maestría, una solvencia, difícil de mejorar,no es raro ver en las calles a jóvenes procedentes de Europa del este, especialmente músicos, que con su atril, sus partituras, y sus instrumentos de cuerda,denotan una especial preparación académica. En fin amigo Juan Adolfo, no cabe duda que pasear por calles de Sevilla, no solo como simple transeúnte, sino como observador de los personajes que la acompañan, es interesante,positivo, educativo y relajante, aunque en ocasiones, no entendamos ni sepamos,aunque las imaginemos, cuales han sido las razones,los motivos, que obligaron a estas personas, a salir de sus países, para buscar un futuro nada fácil y lleno de incertidumbres.
Hubiera sido muy interesante haber conocido la Sevilla del siglo XVI, con sus pillos, sus pintores, sus embarques en el puerto para el caribe, y toda clase de personajes llegados de toda Europa, pero eso nos haría, llevar muertos más de Quinientos años, así es que nos conformaremos con las magnificas lecturas que una abundante biblioteca nos proporciona.
La Sevilla eterna, la actual, la de siempre, permanece viva, la antigua en el recuerdo y la actual al alcance de la zuela de nuestros zapatos. Un fuerte abrazo de tu amigo Pepe Cuadros, compañero de viaje.