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Hace unos días leía a Perez-Reverte en una entrevista que le hacia un periódico dominical, donde también escribe artículos que generalmente
leo, porque, ademas del buen hacer de la
escritura siempre cuenta cosas que, al menos a mi, me enganchan, y no solo eso,
sino que también me motivan. La entrevista giraba en torno a su nueva
novela pero que aprovechaba para hablar, ademas de la trama de ella, de la
mujer, de tiempos pasados, de lugares... y sobre esta ultima referencia decía que " no hay que volver a los sitios donde
se ha sido feliz". La estuve pensando.
Creo que todos tenemos la tendencia a contar, como se dice
ahora, "batallitas" que no son mas que recuerdos de momentos vividos
que han quedado en nuestra memoria, en algunos casos porque fuimos felices en
ellos, otras porque no lo fuimos y siempre relacionados con un lugar, con un
sitio, con una zona, en un pueblo o en una ciudad.. En mi caso tengo tendencia
a ello porque, quizás, fueron tiempos que abrieron mi mente al conocimiento, no
solo a la vida, que ya te lo da el hecho de ir creciendo, y a la felicidad... a
la felicidad que sentías cuando conseguías un lápiz nuevo, o cuando, al atardecer nos reuníamos, en bandos distintos, a
la batalla del día, a la felicidad que sentías cuando conseguías confeccionar una espada con
una rama, de lo que colgaban los frutos, de una palmera, a la sensación irrepetible cuando conseguías besar la mejilla de una
compañera...
y corrías a
contarlo... y ella también, a la felicidad que sentías cuando una mañana de domingo habías quedado con tu amigo del
alma a cazar pájaros con red... o a coger renacuajos junto a los muros del
cementerio. Y son recuerdos placenteros, no de nostalgia, como me dijo una
amiga que me lee de vez en cuando, pero son recuerdos que siempre van unidos a
los sitios donde tuvieron lugar y te los imaginas como eran, como fueron; los
renacuajos con las charcas del cementerio, las "guerras", en los
descampados que teníamos justo detrás de las casas y que casi se unían a las arenas de la playa,
la caza con red en los arenales que había alrededor del campo de fútbol... el robo de besos en
cualquiera de los bancos del paseo que daba al Ayuntamiento o en la Academia de
Don Gonzalo, que estaba en la calle Carmen, peatonal, y que justo enfrente vivía yo.
Yo vivi durante algunos años en un pueblo y me sentía tan bien que, cuando llego
la hora de irnos se me vino el mundo encima, tanto que mi madre, que me conocía como nadie hablo con una
amiga para que me acogiera durante unos días hasta que me fuera haciendo a la idea. Era una familia
sin hijos, el un Guardia Civil reciclado, como se dice ahora, en peluquero,
ella, como era normal en aquellos años, ama de casa. La amiga, o conocida de mi madre, vivia
detrás de
nosotros, en la "calle de atrás",como solíamos decir, donde también tenían la peluquería de caballeros. Y así fue hasta que dejé el pueblo, y a los amigos, y
a mis calles de siempre y a la Academia de Don Gonzalo y a las niñas con las que ya no era tan fácil robarles un beso... y a
aquellas tertulias de banco del paseo... y como no a las visitas a Don
Dionisio, en la Biblioteca del Ayuntamiento, y que ademas me dio latín en la Academia; buen
elemento este Don Dionisio, era capaz de mantenerse en pie perfectamente y con
una apariencia de natural sobriedad, a pesar de haberse bebido media bodega del
bar de la esquina. Pero sobre todo ya no tendría a Don Sebastián, ni a Don Benito, ni a
Tabuenca... ni al filosofo-prestamista... ni al cura del pueblo con el que
tantas noches, con permiso de mi madre, discutíamos, el con la sotana
remangada, de lo divino y de lo humano, quizás en la misma proporción.
Pero esa familia tenia una historia, la familia con la que
gracias a ella, alargue un poco la despedida; una historia que corría de boca en boca por el
pueblo y que de alguna manera aislaba a ella del resto. Puede que la cuente en
otro momento.
No volví en muchos años, muchos, a pesar de vivir a no muchos kilómetros. Cuando lo hice todo me
resultaba reducido, mas pequeño. La calle Carmen que siempre me pareció una avenida era en verdad una
simple calle peatonal de cualquier pueblo, el Bar Lulu seguía allí pero ya no tenia que subirme
al alféizar
de sus ventanas para ver las partidas de domino. La plaza del paseo se convirtió en una pequeña plaza y las reformas y los
retoques sufridos le había restado todo el encanto que tenia en mis noches de
tertulia. La zona larga, extensa, de tierra de albero, donde solíamos pasear el Sr. Cura y yo,
se había
convertido en una gran avenida con un gran recorrido con bulevares y
edificaciones y locales a ambos lados... Todo estaba ya en mi imaginación como aquellos personajes a
los que tanto debo; hasta el Sr. Cura dejo de serlo. Y las zonas de las
batallas y las guerras y la caza del gorrión se habían convertido en unas enormes vías de circulación y no menos grandes parques
de recreo. Aquello no era el pueblo, se había convertido en un pueblo.
Perez -Reverte lleva razón en lo que dice: no hay que
volver a los sitios donde se ha sido feliz.
1 comentario:
Mi querido amigo, espero estés mejor.
Bueno, estoy de acuerdo en la visión que tienes de los lugares que conocieron tu infancia, casi todos conservamos esos sentimientos de los lugares que formaron nuestro pequeño mundo, pero no estoy de acuerdo con la idea de no volver a los lugares en los que fuimos felices, por mucho que estos hayan cambiado, y pese a que las personas que en aquellos días eran parte de nuestra vida ya no estén allí. Yo creo que cuando un lugar te ha atrapado te ha atrapado para siempre, creo que incluso recordando los viejos lugares y momentos se vuelve a ser feliz. Pero puede que sea porque me gusta poco Pérez R. Yo espero darme un paseito contigo y ser feliz, y si puedo volveremos a darlo y si no podemos pues no me importará recordar una y otra vez la conversación que hayamos tenido, y los lugares recorridos, creo que siempre se debe volver a lo que nos ha aportado felicidad, pero no al revés...Yo escaparía de los lugares y las personas que me hayan hecho infeliz...Un abrazo
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