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jueves, 24 de enero de 2013







            La muerte... y los gatos


La muerte sin previo aviso casi siempre es causa de sorpresa. Parece como si nos fuera necesario una preparación, un verla venir, una especie de antesala para algo tan natural como la muerte y ello a pesar de lo que en muy contadas ocasiones oímos, "hay que ver lo que hay que pasar para morirse". Y parece ser cierto; en el fondo ¿quien no ha deseado para si o para un ser cercano... "una cosita rápida", "un acostarse y... ya no levantarse"...?, al menos en este mundo. Y, sin embargo, la muerte siempre es causa de sorpresa.

 Es un hecho que, en general, se tenga asumido el hecho de vivir y aunque nos vaya mal, aunque tengamos "una mala vida" nos agarramos a ella con todas nuestras fuerzas... y el pensar en el momento de "irnos" lo vamos dejando, lo aparcamos y casi lo olvidamos, no se si como propia defensa. Es como si la muerte no fuera con nosotros. Por eso, para mi, el suicidio, la muerte voluntaria de un ser humano, no es natural, siempre llevara aparejada alguna deficiencia, algunas circunstancia que fuerce a dejar lo que tanto se desea.

El apego a la vida es algo natural en nosotros. Es digno, y lastimoso, de ver a personas en un clarísimo deterioro físico, como se aferra, se agarra con las pocas fuerzas que ya le quedan, a la vida; no queremos irnos. No sabemos que ocurre después de la muerte, no nos consta que haya algún tipo de vida después de esta. Las religiones nos hablan de otra vida, pero, evidentemente, sin prueba alguna, solo la fe ¿y quien no la tenga?. La ignorancia es total y, hasta ahora, nadie ha venido a contarnos que pasó. Solo en una ocasión se me ha dado la oportunidad de comprobar otra circunstancia: "Ya te darás cuenta cuando llegues a mi edad, tenia mas de 90 años, que ya nada tiene importancia." Conocía muy bien a esta persona y sabia de su pasión por el conocimiento, de su permanente curiosidad... "Yo ya no hago nada aquí; solo soy un trasto molesto", me dijo en otra ocasión, cuando le preguntaba porque no pintaba, porque no leía, porque no se interesaba... Y cuando llego el momento de irse, con una mano cogida a su hija, y otra a mi, dijo "Tengo miedo". Y se fue, nos dejo. Este caso me plantea la duda de que seria preferible ¿llegar a la muerte lúcido, con conocimiento de lo que está pasando, o sin tener conciencia de ello?. Quizás, después de esta experiencia, haya motivos para no querer acordarnos que tenemos que irnos.

Y todo esto viene a cuento por la muerte no esperada de un familiar, un muerte sin causa, al menos para los ojos profanos; solo tenía un pequeño resfriado. Su hija se la encontró muerta después de haberle llevado el desayuno. Y todo esto viene a cuento por la visita posterior al Tanatorio adonde fue llevada, como es la costumbre, para su velatorio por familiares y amigos y en donde mejor que en ningún sitio se puede comprobar toda la parafernalia que se ha montado alrededor de la muerte. El culto a la muerte contrasta con ese tremendo deseo de aferrarse a la vida, pero que se comprueba precisamente cuando en vitrinas adecuadas, se ofrecen distintos modelos de lapidas, distintos modelos de crucifijos, una variedad considerable de coronas de flores con las leyendas ya incorporadas, recipientes para conservar las cenizas, el agua bendita sobre el féretro... hasta la propia Misa... "suena" rara. Hasta la incineración, horno crematorio con su salida de humos de la combustión, con las salas de espera con revistas y bebidas... Y la entrega, una vez terminada la incineración, de una urna con los restos que han quedado... muy bien presentada, incluso con una funda.

Todo previsto. Cada personaje, como en guión conocido, cumpliendo su papel.

... ¿Y los gatos?

Cuando su hija fue a verla, dado que ni la llamaba ni se había levantado, y a retirar los avíos del desayuno, se encontró con la tremenda sorpresa de que su madre había fallecido... !! pero también su gato ¡¡. A su madre le gustaban los gatos y se llevaba bien con ellos. Tenía dos,  uno independiente, arisco, un poco o un mucho trasto, bicolor y otro, blanco, apacible, sociable... que la seguía a todas partes y que siempre estaba o a sus pies o en su regazo; el blanco es el que murió, al parecer, en el mismo momento de su dueña. ¿Explicación? ¿Causa? ¿Murió de pena al ver morir a su dueña? ¿Fue una coincidencia el hecho de las dos muertes?

Pero no acaba aquí el tema de los gatos.

En el Tanatorio, ya de noche, yo ya me había ido, pudieron observar como un gato, al parecer de bonito pelaje, y joven, pasaba resuelto por delante de los apartamentos previstos para los velatorios, desde donde incluso, me contaron, lo llamaban, pero no hizo caso a nadie, siguiendo resuelto su andadura hasta llegar a la puerta donde se velaba el cadáver de... este familiar. Entro, paso por delante de los que allí estaban, con la sorpresa de todos ellos, atravesó la estancia y se subió a un sofá que hay justo delante del cristal desde donde puede verse el difunto; se subió, se enrosco y, al parecer, se durmió. Ni que decir del silencio y las miradas de los familiares, con el caso del otro gato aun reciente. Así que dada la hora decidieron irse a descansar.

La hija no fue capaz de dormir aquella noche en su casa, haciéndolo en la de su hija.

Me lo contaron al día siguiente y aun estoy haciéndome preguntas.

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