Y de nuevo llego el verano
Llegan
los días del verano, y no puedo evitar recuerdos del niño de pueblo que fui. En
verdad todo ha cambiado, pero creo debe ser así en todos los cambios
generacionales, aunque quizás la nuestra, nuestra generación, haya sufrido mas
cambios de lo que se pueda considerar normal;
desde las costumbres, las creencias, las ideas hasta las tecnologías...
o viceversa. Aunque pueda parecer que en
esto de las tecnologías lo hemos vivido
todo, su nacimiento, su evolución, su incorporación a todos los ordenes de la
vida y es verdad, en el campo de las costumbres y las creencias... si que ha
cambiado la cosa. El Nacional-Catolicismo en el que vivíamos coartaron nuestra
libertad y... no se veía bien a quien le diera por pensar. Las ideas políticas
de entonces como las ideas religiosas llenaban todo el espacio. Lo peor el
sentimiento de culpa que se nos inculcaba por la Iglesia, por los
representantes de la Iglesia. La palabra pecado la teníamos hasta en la sopa.
Los besos de entonces, en una pareja, chico y chica, eran robados,
escondidos... y hoy no solo los besos sino mucho mas se hacen a plena luz del
día y no se si hemos salido ganando en ello, ni quien. Andar por el centro,
como en todo, sigue siendo una tarea imposible. Pero estaba hablando de la
llegada del verano y de mis recuerdos de esa estación, de mis recuerdos de niño
de pueblo en tiempos del verano.
La llegada a la pequeña playa iba acompañada
de saltos, gritos, y... soltada de pantalones y bañadores; nos quedábamos como
nos habían traído al mundo. Algo así como pequeños Robinsones sin taparrabos.
La pequeña playa, tenía una pendiente muy considerable y al segundo paso a
partir de su orilla ya no se daba pie, había que saber nadar; lo bueno era que
no había corrientes por lo que se podía decir que nos bañábamos en una piscina
enorme, de agua salada y con una profundidad considerable. Estas características
eran las que la hacían idónea para dejar las barcazas y demás enseres de la
pesca del atún hasta su nueva temporada de pesca. Allí estábamos entrando y
saliendo una y otra vez del agua hasta que cansados nos sentábamos en la arena
caliente y sedosa. Nos secábamos al sol y una vez soltada toda la arena nos
vestíamos e iniciábamos el regreso a casa.
Por
supuesto nadie contaba donde había
estado.
Pero
no solo eran estas andanzas como transcurrían los días del verano, que como
decía, para nosotros empezaban antes, pero no así para la familia.
Los inviernos, que los recuerdo crudos, fríos, húmedos, ventosos, tengo grabada la imagen del esfuerzo que tenía que hacer para doblar una esquina, no permitía mucho escarceo, teniendo en cuenta que, además, la asistencia a los deberes escolares, escuela pública primero y academia de Don Gonzalo, más tarde, no dejaban mucho tiempo libre. Por eso los días de vacaciones, veraniegos y largos, eran muy bien aprovechados y, solo aparecíamos por casa a la hora de las comidas, incluida la merienda que, por cierto, era la que se nos daba; entonces no teníamos opción de elegir, y no recuerdo que nos preocupáramos por ello.
Entre
las ocupaciones de los días del verano mantengo muy viva la imagen de cuando
decidíamos ir a pescar albures, los albures son pescados parecidos a la lisa de
estero muy apreciados por la zona próxima a la desembocadura del Guadalquivir,
donde suelen darse en abundancia. No era muy apreciado entonces y, aunque
parecido a la lubina, nada tenía que ver con la calidad de esta última. O,
cuando, con la marea baja, y hundido hasta lo rodilla en el fango, decidíamos
ir a coger bocas; la boca es un manjar exquisito, una vez cocido adecuadamente,
que obteníamos, se obtiene aun en la actualidad, de una de las bocas de un
cangrejo de morfología muy suya que, al menos nosotros, denominábamos
"barrilete", quizás precisamente por esa morfología. Había que tener
cierta habilidad a la hora de arrancarla del cangrejo ya que un mordisco suyo,
a pesar de su tamaño, era muy de tener en cuenta.
Y
el cine de verano, como no. Su entrada estaba justo detrás de mi casa a la que
se podía acceder saliendo por la puerta falsa, como se le llamaba, pero no
acudí ni una sola vez. Desde la azotea de mi casa podíamos disfrutar de las
películas que "echaban"; las veíamos perfectamente y las oíamos en
función de la dirección del viento. Como era natural no faltaba nunca quienes
se apuntaban a la sesión. Se pasaban unos momentos muy agradables y con una
temperatura que, a veces, había quien bajaba a casa, a buscar algún refuerzo de
abrigo. Y algún que otro listillo que, aprovechando la atención y la noche
intentaba deslizar una mano sobre alguna zona femenina a su alcance. Pero no
llego, los tiempos eran otros y el tortazo como respuesta estaba casi siempre
asegurado, al menos claro que hubiera cierta aceptación mutua, con lo cual, si
lo hacía con discreción con eso que se
encontraba.
Y
los puestos de chuches, que entonces no se llamaban así y que además eran en
gran parte artesanales, aparte las pipas, los " chochos" y alguna
cosa más. Las demás las preparaba el mismo que las vendía, la industria de las
chucherías no se había desarrollado aun. Así estaban las manzanas cubiertas de
caramelo sujetas por un palito, antecedente claro del actual chupa-chups, los
paquetillos de algarroba molida, que te dejaba la boca tan seca que tenía que
acudir a una de las fuentes de agua a toda pastilla...
Y
el paseo, siempre condicionado a los horarios familiares que, a veces,
olvidándonos, al recordarlos, teníamos que salir corriendo como Cenicientos, so
pena de un castigo que variaba en función del humor de tu padre esa noche. A mí
por ejemplo me costó que me encontrara la puerta cerrada y la mano de mi madre
por la reja de una de las ventanas dándome dinero para poder quedarme en la
Fonda de Doña Rosario, a tres o cuatro casas de la mía, en la misma calle. Eran
otros tiempos.
Ni
que contar el cansancio con que llegábamos a casa y como después del aseo y de
la cena, aún no había tele, al menos generalizada, que tampoco echábamos de
menos, es curioso, caíamos en la cama prácticamente dormidos, dispuestos, como
no, a una nueva jornada.
Con
la perspectiva de los años echo de menos la sencillez de vida, la naturalidad
de entonces, el contacto con la naturaleza, que vivíamos intensamente, cogiendo
renacuajos, gañafotes, bocas..., pescando albures con unas herramientas
confeccionada por nosotros: una caña a la que se ataba un cordel y al que se le
añadía un anzuelo, y ya estaba, ni pensar en una mínima caña de pescar de las
de hoy pero que tampoco echábamos en falta porque ni nos lo imaginábamos, el
valor de la amistad que poníamos por encima de todo, la imaginación que
teníamos siempre como compañera
inseparable, y que poníamos en todo,
como en las azules casas entre pinares de playa que creíamos encantadas, las
escapadas a rincones del pueblo que creíamos mágicos, el riachuelo que pasaba por debajo de un
viejo y destartalado puente de madera y donde acudíamos a coger cangrejos de
roca y camarones o a sitios especiales como las tapias del cementerio... Y todo
ello sin plays, ipod, series infantiles, teléfonos móviles, internet, redes
sociales, ni Adidas, ni juegos
sofisticados... Solo Imaginación y vida de verdad.
De
nuevo llegaron los días del verano pero... son otros tiempos.
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