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martes, 4 de noviembre de 2014

Tiempos viejos, tiempos nuevos.













Los tiempos del descanso veraniego se acaban. Como la luz. Los días se acortan y las horas de temperaturas agradables también; la caída de la tarde hay que esperarla ya con alguna que otra prenda de mas abrigo, que proteja, mas que de temperaturas bajas, de la humedad, una humedad que te llega hasta los huesos. Los descuentos en grandes porcentajes abundan en los pequeños comercios sabedores que en unos días los playeros se irán y no habrá motivo para estar abiertos: cerraran. Acabaran las colas. Se vislumbra ya la vuelta a la rutina, para mi, la bendita rutina. Detrás pueden quedar de nuevo, recuerdos, pasajes de un tiempo que sabes que no va a volver, pero que veremos convertido en otro que no deja de tener su encanto. Y en el pueblo costero cesara el ruido, el bullicio, las aglomeraciones, la ligereza en el vestir y volverán la conversación relajada con el de la prensa, con Paco el dueño de ese restaurante que solo ofrece pescaito frito y a la plancha que conoces pero que es ahora cuando puedes disfrutarlo junto a una buena conversación. O con Juan, donde mejor ponen los chocos fritos y la pimenta, y ya  sin premuras, ni prisas, y con un servicio mas atento; "claro, hay que cuidar al cliente de invierno" me decía uno de estos amigos. Y seguramente no veré en un tiempo a un personaje cálido, estrafalario tanto en su vestir como en sus andares, y peculiar como nadie, cuando diariamente saca a pasear a su jilguero en su jaula. El jilguero que acostumbrado como debe estar, se pasa cantando todo el tiempo que su dueño lo pasea. Evidentemente lo paran para preguntarle:

.- ¿Lo vende?

.- No señora, lo estoy paseando, yo no lo vendo.

Viste una camisa con cuatro o cinco tallas mas de la que le corresponde y unos pantalones ni largos ni cortos, también con las mismas característica. Eso si, va muy repeinado y con un cigarrillo permanentemente en su mano. Su paseo es un pararse continuamente ante el asombro, la sorpresa, la curiosidad... de los que con el nos cruzamos.

.- No, no lo vendo. Repite una y otra vez.

Otros se paran a preguntarle y da la impresión de que a el le agrada y se le ve que no puede ocultar lo orgulloso que esta de su jilguero.

De ello le contaba a mi amigo Manolo cuando me llamo y que, como siempre, nos sirvió para enlazar una conversación con otra, un recuerdo con otro, como siempre. Y quizás empezase, la charla telefónica, por hacerme participe de su deseo de visitar, ya fuera de temporada veraniega, este pueblo pesquero, sobre todo su puerto, su puerto pesquero y su pescaito frito.

.- Yo lo tengo enfrente, Manolo, a pocos metros. Lo veo desde mi querida terraza.

Yo participo de ello. Me atrae sobremanera todo el trasiego que se produce en la zona portuaria, con las continuas maniobras en las salidas y llegadas de barcos, en sus esperas a poder abastecerse de combustible o de hielo, pero sobretodo en la descarga y carga de sus redes y su repaso por los rederos. Son escenas típicas las descargas de las redes viendo como quedan apiladas en un orden que se aprecia esta establecido, dispuestas para ser reparadas o repasadas. O cuando ya reparadas y el barco dispuesto para su salida a la mar, son cargadas en el barco con un mismo orden preparadas para ser utilizadas. Y todo ello con las gaviotas de fondo rondando de manera descarada y sin temor alguno en busca de algo para comer. Los veo a diario desde mi terraza en este pueblo de descanso, pero también desde mis recuerdos de infancia, en los que se me quedaron grabadas las figuras de los rederos remendando las redes con premura para tenerlas listas a la hora de la salida del barco. Y de las agujas de reparar las redes, que eran de madera y de distintos tamaños, según la red a reparar. Poseerlas entonces era tanto como poseer un tesoro. Hoy son de plástico, para mi han perdido todo su encanto pero sobretodo que ya no encajan en esos recuerdos infantiles. Y también me vino el recuerdo, en la conversación con mi amigo, de los  cabos, las gruesas cuerdas que sirven a los barcos para sujetarlos cuando llegan a puerto. Los recuerdo como las fabricaban; con un alma de alambre grueso extendido y sujetado en dos extremos un cordelero iba añadiendo hilos de esparto mientras otro, en el otro extremo, con una manivela lo hacia girar una y otra vez, de manera que poco a poco iba tomando el grosor adecuado, requerido. Y de las redes de pesca pasamos, en nuestra conversación, como siempre, a las redes que utilizábamos para cazar pájaros. Nos íbamos a las afueras del pueblo, ya de tarde, y allí montábamos nuestro particular sistema de caza, que era muy habitual, al menos, en aquellos tiempos. Recordamos a los jilgueros, a los verderones, a los chamari, no se si se les denomina ahora así estos últimos que eran unos pajarillos pequeños de color plateado y con un canto metálico muy particular. Y las grandes y desgarbadas y agresivas gaviotas. Mi amigo no las conocía porque el era de campo y allí no suelen darse las gaviotas que es un ave de mar, de puertos de mar. Sin embargo, a cambio, yo no conocía otro sistema de caza que el utilizaba y que denominaban de "ligue". Untaban con pegamento algunas ramas con unas semillas que gustaban a los jilgueros, las colocaban en sitios estratégicos y cuando los pájaros acudían a las semillas quedaban pegados con el "pegamento", de ahí lo de ligue.

Como siempre tuvimos que cortar porque hubiéramos seguido enlazando recuerdos, hechos y cosas, especialmente de el, mayor que yo y por tanto con mas recuerdos. Quedamos en que se daría una vuelta por el pueblo, un dia cualquiera de entre semana, y en tiempo de silencio.


La ría vuelve a lucir en su lecho los colores del otoño y el silencio y el tiempo, con otra medida ya, llenan casi todas las horas de los días. Quedan en el aire los graznidos de las gaviotas hambrientas y el ronroneo de los motores de los barcos en su llegada o salida, siempre de la mar.

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