Los tiempos del descanso veraniego se acaban. Como la luz.
Los días se acortan y las horas de
temperaturas agradables también; la caída de la tarde hay que esperarla ya con alguna que otra
prenda de mas abrigo, que proteja, mas que de temperaturas bajas, de la
humedad, una humedad que te llega hasta los huesos. Los descuentos en grandes
porcentajes abundan en los pequeños comercios sabedores que en
unos días los playeros se irán y no habrá motivo para estar abiertos:
cerraran. Acabaran las colas. Se vislumbra ya la vuelta a la rutina, para mi,
la bendita rutina. Detrás pueden quedar de nuevo,
recuerdos, pasajes de un tiempo que sabes que no va a volver, pero que veremos
convertido en otro que no deja de tener su encanto. Y en el pueblo costero
cesara el ruido, el bullicio, las aglomeraciones, la ligereza en el vestir… y volverán la conversación relajada con el de la prensa, con Paco el dueño de ese restaurante que solo ofrece pescaito frito y a la
plancha que conoces pero que es ahora cuando puedes disfrutarlo junto a una
buena conversación. O con Juan, donde mejor
ponen los chocos fritos y la “pimenta”, y ya sin premuras,
ni prisas, y con un servicio mas atento; "claro, hay que cuidar al cliente
de invierno" me decía uno de estos amigos. Y
seguramente no veré en un tiempo a un personaje cálido, estrafalario tanto en su vestir como en sus andares,
y peculiar como nadie, cuando diariamente saca a pasear a su jilguero en su
jaula. El jilguero que acostumbrado como debe estar, se pasa cantando todo el
tiempo que su dueño lo pasea. Evidentemente lo
paran para preguntarle:
.- ¿Lo vende?
.- No señora, lo estoy paseando, yo no
lo vendo.
Viste una camisa con cuatro o cinco tallas mas de la que le
corresponde y unos pantalones ni largos ni cortos, también con las mismas característica. Eso si, va muy
repeinado y con un cigarrillo permanentemente en su mano. Su paseo es un
pararse continuamente ante el asombro, la sorpresa, la curiosidad... de los que
con el nos cruzamos.
.- No, no lo vendo. Repite una y otra vez.
Otros se paran a preguntarle y da la impresión de que a el le agrada y se le ve que no puede ocultar lo
orgulloso que esta de su jilguero.
De ello le contaba a mi amigo Manolo cuando me llamo y que,
como siempre, nos sirvió para enlazar una conversación con otra, un recuerdo con otro, como siempre. Y quizás empezase, la charla telefónica, por hacerme participe de
su deseo de visitar, ya fuera de temporada veraniega, este pueblo pesquero,
sobre todo su puerto, su puerto pesquero y su “pescaito frito”.
.- Yo lo tengo enfrente, Manolo, a pocos metros. Lo veo
desde mi querida terraza.
Yo participo de ello. Me atrae sobremanera todo el trasiego
que se produce en la zona portuaria, con las continuas maniobras en las salidas
y llegadas de barcos, en sus esperas a poder abastecerse de combustible o de
hielo, pero sobretodo en la descarga y carga de sus redes y su repaso por los
rederos. Son escenas típicas las descargas de las
redes viendo como quedan apiladas en un orden que se aprecia esta establecido,
dispuestas para ser reparadas o repasadas. O cuando ya reparadas y el barco
dispuesto para su salida a la mar, son cargadas en el barco con un mismo orden
preparadas para ser utilizadas. Y todo ello con las gaviotas de fondo rondando de
manera descarada y sin temor alguno en busca de algo para comer. Los veo a
diario desde mi terraza en este pueblo de descanso, pero también desde mis recuerdos de infancia, en los que se me quedaron
grabadas las figuras de los rederos remendando las redes con premura para
tenerlas listas a la hora de la salida del barco. Y de las agujas de reparar
las redes, que eran de madera y de distintos tamaños, según la red a reparar. Poseerlas entonces era tanto como
poseer un tesoro. Hoy son de plástico, para mi han perdido todo
su encanto pero sobretodo que ya no encajan en esos recuerdos infantiles. Y
también me vino el recuerdo, en la
conversación con mi amigo, de los “cabos”, las gruesas cuerdas que sirven a los barcos para
sujetarlos cuando llegan a puerto. Los recuerdo como las fabricaban; con un
alma de alambre grueso extendido y sujetado en dos extremos un cordelero iba añadiendo hilos de esparto mientras otro, en el otro extremo,
con una manivela lo hacia girar una y otra vez, de manera que poco a poco iba
tomando el grosor adecuado, requerido. Y de las redes de pesca pasamos, en
nuestra conversación, como siempre, a las redes
que utilizábamos para cazar pájaros. Nos íbamos a las afueras del
pueblo, ya de tarde, y allí montábamos nuestro particular sistema de caza, que era muy habitual,
al menos, en aquellos tiempos. Recordamos a los jilgueros, a los verderones, a
los chamari, no se si se les denomina ahora así estos últimos que eran unos pajarillos pequeños de color plateado y con un canto metálico muy particular. Y las grandes y desgarbadas y
agresivas gaviotas. Mi amigo no las conocía porque el era de campo y allí no suelen darse las gaviotas que es un ave de mar, de
puertos de mar. Sin embargo, a cambio, yo no conocía otro sistema de caza que el utilizaba y que denominaban
de "ligue". Untaban con pegamento algunas ramas con unas semillas que
gustaban a los jilgueros, las colocaban en sitios estratégicos y cuando los pájaros acudían a las semillas quedaban pegados con el
"pegamento", de ahí lo de ligue.
Como siempre tuvimos que cortar porque hubiéramos seguido enlazando recuerdos, hechos y cosas,
especialmente de el, mayor que yo y por tanto con mas recuerdos. Quedamos en
que se daría una vuelta por el pueblo, un
dia cualquiera de entre semana, y en tiempo de silencio.
La ría vuelve a lucir en su lecho
los colores del otoño y el silencio y el tiempo,
con otra medida ya, llenan casi todas las horas de los días. Quedan en el aire los graznidos de las gaviotas
hambrientas y el ronroneo de los motores de los barcos en su llegada o salida,
siempre de la mar.
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