Ayer, cuatro de noviembre de 2023, nos llegó la noticia del fallecimiento de un periodista querido, al menos para mí, por la sencillez, naturalidad y sentido común que llenaban sus crónicas, sus artículos; lo seguía, y lo leía, en el periódico para el que escribió gran parte de su vida, y que suelo leer a diario.
Las noticias que llegaban decían que había fallecido a los 92 años, pero realmente ya eran 93; cumplía años el próximo mes. Hago esta aclaración porque 2 o 3 días antes le había leído. Había estado trabajando en lo que era su pasión, su vida, hasta el final.
Después del sentimiento de pérdida de una persona, al que te unía una relación especial después de leerlo durante años con atención, de inmediato me dije: “Es lo que quisiera para mí; morir trabajando, estudiando, creando…sería un privilegio, tanto como había tenido este querido periodista, José María Carrascal.
Es este un tema recurrente , el de morir consciente de ello, que suelo tratar con mis amigos, ya octogenarios todos y casi el resto. En concreto uno de ellos, en alguna de tantas ocasiones en que me llama por teléfono y me pregunta que qué estoy haciendo, y yo contestarle, me dice: “ pero tú nunca dejas de trabajar? “No es trabajo, le contesto, es pasión, es curiosidad, es necesidad de conocimiento es imaginar proyectos cuando aún no he acabado con el que estoy.”
En general, por no decir todos, estos amigos de tertulia de cafés semanales, no pasan de tener ocupaciones generales, rutinarias en una parte del día, el resto, como me dice uno de ellos, lo pasa “aburrio”.
Hace unos días, hablando no recuerdo con quien de estos temas, le decía que pensaba que quizás esa “causa” de no hacer, de dejadez, incluso de cierto abandono intelectual, estuviera motivado por la pérdida de la curiosidad y la capacidad de asombro. Sobre ello tengo una anécdota de hace años, de cuando aún estaba en ejercicio laboral. Solíamos llegar, por aquello del aparcamiento, un poco antes de empezar la jornada de trabajo, tiempo que aprovechábamos para dar un pequeño paseo alrededor del edificio que precisamente es circular, un gran cilindro asentado en un cuadrado, que recoge en cada una de sus esquinas, características de distintos cultivos de Andalucia. En una de ellas había, entre otras plantas, margaritas, pero en todas sus variedades; me paré a observarlas. En ese momento, mi compañero, que se había adelantado me preguntó que hacía y le dije que viendo las variedades de margaritas que habían. “En eso te paras?” En vez de contestarle le pregunte: Tu has estado antes aquí? Aquí donde? En la Tierra, en este planeta. Me miro “raro”. Es que yo es la primera vez que estoy por aquí y estas plantas no las conocía y me ha llamado la atención. Y es que da la impresión de que ya lo conocemos todo.
Hay momentos que me indigna que algún amigo me conteste que “aburrido” cuando le pregunto como estas. Siento que han perdido la curiosidad y la capacidad de asombro.
No hace mucho, vía WhatsApp , que tan de actualidad está, le decía a un familiar: “Quizás por todos los años que ido acumulando, que ya son muchos, y como resultado de ellos, he llegado a la idea de que una de las razones del porqué estamos aquí, esa pregunta tan recurrente, quizás sea el conocimiento,: el conocimiento que nos lleva a la sabiduría; si, ser un poco sabios.
Una cosa es vivir y otra muy distinta “vegetar”.
Oí decir alguna vez que no nos deberíamos jubilar nunca, que deberíamos cambiar de ocupación, de trabajo, pero no cesar. Y estoy totalmente de acuerdo. Quizás exista el problema de que no todo el mundo se prepara para el día después y lo coge sin saber mucho que hacer.
El ejemplo de José María Carrascal, de enviar a su periódico de siempre su artículo diario, tres días antes de su fallecimiento, ya en los 93 años, es algo, repito, que desearía para mí; es morir con las botas puestas. Dejar dibujos a medio hacer, escritos en borrador, trabajos digitales empezados, lecturas a medias, fotografías a medio tratar, …serian señales de haber vivido hasta el último momento.
Que así sea.
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